miércoles, 26 de noviembre de 2008

Comentario sobre Valses Nobles y Sentimentales


Mi primer contacto con don José Marín Cañas fue el nueve de setiembre del 2007. En la sección Áncora(uno de los únicos periódicos o fragmentos de periódicos que leo [ el otro es el periódico Ojo y pare de contar] ) de La Nación, venía un artículo de Carlos Cortés sobre la n0vela El Infierno Verde. Una sola cosa me quedó grabada en la memoria después de leer el artículo: que José Marín Cañas, escritor hasta ahora desconocido para mí, había escrito esa novela a ritmo de cuatro páginas por noche. Hace ya varios años que intento novelar y soy conciente de que escribir una página entera en una noche es una labor durísima. Si conseguía el cuádruple de eso, definitivamente era bueno el tal Marín Cañas. Ahora que releeo el artículo en la página electrónica de La Nación, recuerdo algo más: Marín escribió tan rápido porque en un principio publicó esa novela por entregas en el periódico La Hora. Lo increíble es que esa versión fue la que, meses después, publicó Espasa Calpe, sin ninguna corrección, salve la inclusión de una nota editorial. Si Marín Cañas logró escribir una novela que interesó a Espasa Calpe, a ritmo de cuatro páginas por noche, entonces no era bueno, era un dios, o como me gusta decir a mí, un Santo. De inmediato busqué el libro. Lo encontré, como casi siempre, en la comprayventa El Lector, en Heredia. En el transcurso de este año he conseguido casi todas las otras obras de Marín Cañas: Lágrimas de Acero, Tú, la Imposible, Pedro Arnáez (novelas), Los Bigardos del Ron (cuento), Ensayos (diay... ensayos) y Valses Nobles y Sentimentales (memorias, podríamos decir). Es de este último tomo del que me interesa hablar.

Marín Cañas, José. Valses Nobles y Sentimentales: Editorial Costa Rica, San José, Costa Rica, 1981. Esa es la ficha bibliográfica. Lo conseguí hace unas semanas, también en El lector. El libro , para mí, tiene varias particularidades. En primer lugar, fue el último libro que Marín Cañas escribió. También es el último que he conseguido de su autoría; lo más curioso: es el primero y el único que he leído. Las lecturas de la U y el exceso de libros en cola me han impedido leer la obra de Marín Cañas, pero algo en el hallazgo de estos valses, tal vez el hecho de que yo no sabía que existían hasta que me los encontré, me atrapó y no me dejó hasta que los concluí.

El libro es, para decirlo de alguna manera, una selección de recuerdos que Marín Cañas escribió y cuya labor de edición dejó a cargo de su amigo Alberto Cañas. El autor no llegó a ver el libro publicado.

El texto traza eficazmente la imagen del San José de las primeras décadas del siglo XX, con detalles geográficos y culturales de gran valor histórico e interés general. Los primeros capítulos están poblados de los recuerdos de la infancia del autor: sus años como escolar, las mejengas (que no constaban de dos tiempos sino de uno solo, que duraba todo el día), su aparición pública como apóstol en una procesión y la amarga ocasión en que, víctima de la irresponsable broma de un joven, recibió un balazo en el hombro. En estos apartados iniciales, el autor muestra la mayor abundancia en detalles, pues eran tal vez sus recuerdos más queridos. Más adelante se narra su paso por el Liceo de Costa Rica y la manifestación en contra de la dictadura de los Tinoco el 11 de julio de 1919, en la que toma parte junto a sus compañeros del liceo; los estudiantes y demás ciudadanos, liderados por Carmen Lyra y otras maestras, se enfrentan a la policía en una batalla que culminaría con la quema del diario La Información, perteneciente al gobierno.

También con lujo de detalles, Marín cuenta sus experiencias laborales de juventud. Primero, desempeñó la labor de "cajero" (literalmente, jalador de cajas) en un almacen "de por el mercado" (p. 91). Más tarde, fue ascendido al puesto de agente viajero del mismo establecimiento. Su labor ahora consistía en ir por las diferentes provincias del país, ofreciendo mercadería en todo tipo de negocios. Los viajes en tren y las peripecias para cumplir con su deber a la vez divierten como angustian, pues es sencillísimo identificarse con ese José de menos de veinte años, que recorría el país para ganarse la vida.

Más adelante se cuentan experiencias más maduras, como la compra de una finca en Barba de Heredia y todas las dificultades que supuso sacarle provecho a la tierra y a las vacas. Por supuesto aparece una sección dedicada a la época de La Hora y otra más a la tertulia conocida como "la ventana", por llevarse a cabo en el alféizar de una de las ventanas del Diario Costa Rica, en la que tomaron parte grandes escritores e intelectuales costarricenses como Abelardo Bonilla, Julián Marchena y Carlos Salazar Herrera. Hasta se deja un espacio para una crónica futbolística, referente a la hazaña conseguida por el mediocentro Ricardo "Poeta" Bermúdez, jugador del Club Sport la Libertad, en un partido internacional.

En los últimos capítulos aparecen la añoranza por los amigos perdidos y la tristeza que deja el paso del tiempo. En realidad, todo el libro está impregnado de ese aire trágico y doloroso mediante el cual Marín Cañas expresa la frustración que representa envejecer y ver consumirse todo lo que uno ama, además de la conciencia de que no es mucho el tiempo que queda por vivir. Con una cruda y orgullosa voz, el penúltimo capítulo narra el ominoso pasaje cuando la Universidad de Costa Rica decide prescindir de sus servicios como profesor, por no contar con un título académico. A pesar de la lucha librada por sus alumnos y algunos amigos que le quedaban, la plaza es llevada a concurso y Marín Cañas decide no poner un pie más en dicha institución.

El texto es, sin lugar a dudas, un valiosísimo documento. Desde el punto de vista literario, representa una amena lectura, cargada de emocionantes pasajes y reflexiones conmovedoras sobre la transitoriedad de la vida y el valor de la lucha (nunca se me va a olvidar la imagen de Marín Cañas con un estañón al hombro en medio de la oscuridad de la noche, por citar un ejemplo). Es un hecho que la narración no mantiene una continuidad, sino que más bien está llena de lagunas. No se habla, por ejemplo, del nacimiento de los hijos del autor, aunque en alguna parte aparezca alguno de los mismos, ni de la génesis de ninguna de sus obras literarias. Hay que tener claro que no se trata de una autobiografía, sino de, como dije al principio, una selección de recuerdos de la vida de Marín Cañas, hecha y redactada por él mismo, en la que quedaron sin reseñar pasajes que él no consideró valiosos, o que prefirió mantener en privado. Desde el punto de vista histórico-cultural, muestra de manera muy humana las características sociales de la capital costarricense en los albores del siglo, tales como la participación activísima del pueblo en las campañas electorales y en las tradiciones religiosas, como las mentadas procesiones de Semana Santa.

En suma, es un libro que vale la pena leer, tanto por el placer que brinda su lectura como por la información que brinda sobre la Costa Rica del pasado, sin dejar de lado que se trata de la vida de uno de los Santos de la Literatura nacional. No me arrepiento de haber comenzado con la obra de Marín Cañas por su último libro. Ahora, tengo muchas razones para leer los demás.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Sobre el tuteo


Una vez, una profesora muy querida, como es usual, me regañó: "Deje de escribir con tuteos, ¿usted tutea? No, ¿verdad? Entonces deje de hacer tutear a sus personajes".

Medité mucho al respecto. Ya en otras ocasiones me había enfrentado al uso o no uso del tuteo en la producción artística. Una amiga me señaló que le agradaba que el cantante nacional Balerom utilizara el ustedeo en sus canciones. Así mismo, algunos amigos me habían señalado que les gustaba que, por ejemplo, en un texto dedicado a la pareja se tratara al destinatario de usted, no de tu o de vos. Mi problema, o el problema que me parecía intuir en aquel entonces, era que yo no podía concebir un texto en el que se utilizara el usted. Al menos un texto narrativo, o dedicado a la pareja, pues en la escritura con fines comunicativos directos, como el correo, el chat o los mensajes de celular, es claro que se utiliza la misma forma en que se suele tratar a la persona cara a cara. El caso es que, al escribir un cuento, se me hacía incomodísimo poner el usted en boca de un personaje. Pasé mucho tiempo pensando por qué me pasaba esto. En realidad fue poco tiempo, porque la respuesta saltó a la vista casi al momento: la televisión. ¿Qué tiene que ver con esto el archifamoso aparatito? Simple: durante toda mi infancia, y durante toda mi adolescencia, y durante gran parte de la etapa que vivo ahora, que la verdad, no sé cómo se llama, he consumido programas de televisión traducidos, subtitulados o producidos en México. La mayoría de películas, series de televisión y animados son traducidos para Latinoamérica en ese país, donde es un hecho que predomina el tuteo como forma de tratamiento. Así mismo, programas que forman parte de mi vida diaria, como El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado, son producidos ahí mismo. En fin, el tuteo ha sido la forma de tratamiento que se me ha mostrado como propia de la experiencia estética. De ahí que me sea tan difícil imaginar un diálogo escrito con puros "usted".

Me parece que el asunto es grave por una sencilla razón: yo NUNCA tuteo. Voseo mucho, sobre todo con las mujeres y con personas muy queridas y cercanas, pero el tu nunca está en mi boca. Utilizar esa forma en mis textos es negar mi cultura, mi ser mismo, mi identidad, la forma en que hablo, en que exteriorizo mi pensamiento. No debe ser, pero sin embargo, son años con la tele a cuestas, y por eso me es muy difícil cambiar al respecto. No me he rendido, lucho, cada vez que escribo, contra la tentación de homogenizar mis mundos narrativos y poéticos con el mundo de la tele, de la tele mexicana, de la tele que se ha metido tanto dentro de mí como para no permitirme imaginar otra forma de hablar que la suya, aún a despecho de la de mi entorno.

Los mexicanos no tienen culpa alguna. Ellos traducen, subtitulan y producen utilizando su propia jerga, sus formas de tratamiento y demás, porque así es como debe ser. Resulta irónico, pero para dejar de escribir como hablan los mexicanos, debería yo aprender de ellos, que sí escriben respetando sus propias maneras.