jueves, 16 de diciembre de 2010

Reflexiones posmodernas de un posmoderno asustado de serlo



Uno sabe que el mundo se ha vuelto loco cuando el mejor rapero es blanco, el mejor golfista es negro, los suizos ganan la Copa América de vela, Francia acusa a EEUU de arrogancia, los alemanes no quieren ir a la guerra y los pacifistas se manifiestan con violencia.

¿Internet? ¿Sabiduría popular? ¿Alguien?


2010 y el rancho ardiendo. Hace más de dos milenios Cristo nació, vivió, murió y resucitó, pero algo lo espantó de vuelta al cielo. ¿Una visión de lo que le esperaba a esa humanidad de la que se había decidido a formar parte? Tal vez. La cosa es que se fue y aquí seguimos los demás, disque construyendo algo nuevo con los restos de lo que fuimos y quisimos dejar de ser, para ser algo más; cuando menos, algo distinto.

Terrícola. Americano. Latinoamericano. Centroamericano. Costarricense. Josefino. Paveño. La geografía pone más epítetos delante de uno que la universidad. Católico. Agnóstico. Demócrata. Capitalista. Esas me las pusieron mis papás y la sociedad. Las tachaduras son mías (así como las correcciones) y hubiera querido varias más pero uno sigue votando para evitar el mal de conciencia y consumiendo para no perder la costumbre y ya ni modo. Estudiante. ¿Filólogo? ¿Literato? ¿Lingüista? Mi título y mi actividad académica siguen sin ponerse de acuerdo. Por mí, escritor y bajista estaría bien. ¿Bajista? Sí. Devoto metalero. Faltaba esa: Metalero. Si consideramos las múltiples opciones con las que se podría cambiar cada una de esas designaciones, y las combinaciones de las mismas, nos enteramos de la enorme, ciclópea (aunque tenga muchos ojos) cantidad de posibilidades disponibles para ser un individuo de la sociedad global contemporánea. ¿Contemporánea? Una consulta al adorado tormento y 1. adj. Existente en el mismo tiempo que una persona o cosa. 2. adj. Perteneciente o relativo al tiempo o época en que se vive. 3. adj. Perteneciente o relativo a la Edad Contemporánea. Pues sí, con mayúsculas y todo. En la escuela me grabaron a cincel las diferentes edades de la historia: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. No podía ser diferente. Pero a pesar de todo, un término sigue flotando en el ambiente con intenciones de meterse en el lugar de “contemporánea”, para impregnarlo todo con sus aires posmodernos.

Posmodernidad. ¿Edad Posmoderna? Algo así. Mucho gusto. ¿Me podría decir exactamente qué es usted? Me lo imaginaba, yo tampoco. En primer lugar, ¿Por qué posmodernidad, si teníamos ya el simple y bonito nombre de Edad Contemporánea? Ya Alejandro Sastre observó el inconveniente, como lo reseña José María Laso Prieto: “[Sastre] discute incluso la propia pertinencia del término posmodernidad, ya que –después de una perspectiva histórica– a la Edad Moderna sucede la Edad Contemporánea. Sería por ello mejor hablar de contemporaneidad que de posmodernidad” (2008). No obstante, es un hecho que resulta un tanto inocente a nivel histórico pretender que de ahora en adelante viviremos en la Edad Contemporánea, como si no existiera la posibilidad de que la historia siguiera su curso y algún hecho futuro, si no es que ya pasado, le sirviera a los futurísimos historiadores para marcar un fin de esta edad y el principio de otra. Además, si hemos dado en llamar a nuestro tiempo Edad Contemporánea, ¿cómo llamaríamos una edad posterior? ¿Edad más Contemporánea? ¿Edad poscontemporánea? ¿Contemporánea 2.0? No sé a quién se le habrá ocurrido que su tiempo debía llamarse Contemporáneo, nombre propio, como si el tiempo que restara fuera por siempre a ser igual a su tiempo. En fin, si Fukuyama se atrevió, tras la caída de los regímenes del este de Europa y de la perestroika de Gorbachov, a proclamar el fin de la historia, con el triunfo incuestionable de la democracia y el capitalismo, la verdad es que se puede uno creer cualquier cosa.

Tal vez sea un mero síntoma de estar vivos y no tener más para juzgar el mundo que el presente en que vivimos, pero realmente es difícil imaginarse el mundo dentro de cien años, cuando otros nos conviertan en sus objetos de estudio, como representantes de un tiempo y una sociedad ya pasados y, acaso, superados. Los renacentistas se imaginaron al principio de una era de progreso indetenible, el renacer, la recuperación del centro del universo y del pensamiento. No se podían imaginar que sus inmediatos sucesores echarían de menos al Abba Pater y serían víctimas de un miedo al vacío que los llevaría a saturar sus altares y enrevesar sus poemas, ni que dos siglos después se declararía, ahora sí, la razón como ama y señora del universo, de cuya mano la humanidad llegaría al estado supremo de iluminación y conocimiento; máxime si de la otra mano la llevaba la industrialización decimonónica. Lo que nadie podía esperarse, ni renacentistas, barrocos, ilustrados ni industrializados, era que a los catorce años del siglo XX lo que exhibiría el ser humano con toda su maquinaria sería su incontenible capacidad de destrucción. La Gran Guerra, llamada así porque no podía saberse que aquello tendría segunda parte, aún más devastadora. Con esos antecedentes, es duro, y aterrador, imaginar qué podrá esperarse de aquí a algunas décadas. Como explica Laso Prieto, según los teóricos de la posmodernidad, “esta sociedad liberará al hombre de sus limitaciones físicas y económicas, pues el trabajo automatizado de las máquinas, los ordenadores, etc., suprimirá, casi por completo, el trabajo muscular y proporcionará al hombre más tiempo libre” (2008). Algo así dijimos de la Revolución Industrial. Si a tales esperanzas siguió el desencanto brutal de las Guerras Mundiales, no quiero suponer lo que nos espera ahora.

“Estoy convencido (…) de que nos esperan tiempos difíciles y oscuros” afirma el profesor Dumbledore en las últimas páginas de Harry Potter y el cáliz de fuego. En realidad la oscuridad medieval, tan supuestamente desterrada por el Siglo de las Luces, parece no haberse ido o retornar ahora renovada. Pero no se trata tanto de drama pesimista, que bien podría hacerse dadas las expectativas de futuro ya apuntadas, sino de una consideración de lo que nos ofrece la cultura a nuestro alrededor, hoy día. “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría asomarse a la ventana” (2003: 2) afirma Galeano en un brevísimo prólogo, quizá un epígrafe, de su Patas Arriba. La escuela del mundo al revés. En la última página del texto, se lee otro pequeño párrafo (deberíamos buscarle un nombre a un epígrafe final): “El autor terminó de escribir este libro en agosto de 1998. Si quiere usted saber cómo continúa, lea, escuche o mire las noticias de cada día” (346). La historia no se escribe solo en libros. Está ahí, viva en el mundo, o más precisamente, en los medios. Si bien Galeano hace de algún modo drama pesimista, con justa razón, su visión me sirve para apuntar a otra oscuridad. Culturalmente estamos sumidos en unas tinieblas curiosas. Un video de El Burro de Licha, subido recientemente a youtube , parodia el programa Gladiadores Americanos. La burla consiste en que, sobre el video en que cada uno de los gladiadores se presenta, un ingenioso observador grabó voces con parlamentos alterados para los personajes, de modo que se caracteriza a cada uno como representante de un estrato sociocultural costarricense. Aparecen el típico pachuco ligador, el polo “de allá p’entro” y el negro limonense. Sin embargo, llamó mi atención ver que además incluyeron al bailarín brasileño que conformó un grupo de baile en el país. Culturalmente, ya este individuo con acento portugués, cuerpo escultural y gran (o no tanto) habilidad para mover las caderas forma parte de los costarricenses. Así mismo el colombiano, el nica y hasta el gringo que se viene a vivir a una costa nacional. Nuestra cultura no es un caldo homogéneo, muchísimo menos blanco, como se pretendió (y aún se pretende) creer. ¿Qué es ser costarricense en la actualidad?

Esa pregunta puede hacer eco de muchas maneras. ¿Qué es ser un joven costarricense en la actualidad? En primer lugar, estar expuesto a una avalancha de subculturas, entendiendo por estas lo que define Bernal Herrera como las formas culturales “conscientemente adoptadas por grupos minoritarios que se identifican de manera explícita con un conjunto de prácticas que, sin ser las dominantes, no cuestionan los valores centrales de la cultura dominante en la cual se insertan” (2006). Apunto a los otaku, los emo, los metaleros, los punk y demás subculturas con las cuales la juventud (sí, sí, yo también) se identifica cada día más. Estas manifestaciones cobran cada vez más fuerza, al punto de que se realizan festivales dedicados al manga y el anime, así como a las historietas de producción occidental, con organizaciones y producciones cada vez más refinadas, y con una concurrencia de miles de personas. Así mismo, recientemente el Ministerio de Cultura y Juventud realizo el Primer Encuentro de la Cultura Metal, acogiendo en la oficialidad a una manifestación cultural que años atrás sufrió persecución policial y mediática.

En la literatura se notan movimientos similares, como es el caso del actual surgimiento de la ciencia ficción nacional, que no solo se manifiesta cada vez más en libros de publicación independiente, sino que ya ha calado hasta las editoriales estatales, como es el caso del libro Deus ex machina, de Daniel Garro, y la antología Posibles futuros, de varios autores, ambos publicados por la EUNED. La fantasía y el terror también son géneros que cada vez están adquiriendo más presencia no solo en editoriales y publicaciones, sino en las mismas universidades, donde se las toma en cuenta en cursos y trabajos.

Es evidente que tanto en música, cine, literatura y cultura en general, hoy en día la diversidad es enorme y la tendencia apunta cada vez más a la defensa de lo que la oficialidad, la academia, la crítica, han relegado a los márgenes. La posmodernidad, afirma Laso Prieto, muestra “incredulidad respecto a los grandes relatos; entendiendo por tales la dialéctica hegeliana de la historia, la teoría de la lucha de clases, etc.; por el contrario, total asunción de los pequeños relatos que constituyen la forma que adopta la invención imaginativa” (2008). Podríamos cambiar los términos “grandes relatos” por “géneros consagrados” y “pequeños relatos” por “géneros marginados” y tendríamos el panorama literario contemporáneo.

Eduardo Galeano, dando voz a estos “pequeños relatos”, enuncia grafitis que lee en las ciudades latinoamericanas: “Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”, escribe alguna mano anónima en un muro de la ciudad de Quito” (2003: 320), cita, en una frase que pareciera encerrar el significado de toda una era, la era del pos-: posestructuralismo, el poscolonialismo, la posmodernidad, en fin, el momento en que la humanidad se quedó sin alternativas, en que no encontró otra posible solución y no encontró más que mirar atrás y arremeter contra las promesas que nunca se cumplieron. Si hubo o hay salidas, ya Galeano no las enuncia. Palabras de Alain Turain, teórico de la posmodernidad citadas por Carlos Fuentes, no lo pueden decir mejor: “"Pertenezco a la eterna izquierda, la que nunca ejerce el poder, que por esencia se inclina al abuso" (Fuentes, 2002). Ante la imposibilidad de detener la injustica, al quedar el capitalismo “súbitamente huérfano de enemigo” (2003: 317), como dice Galeano, no queda más que hacerle la vida lo más difícil posible, con ironía y crítica, así como una juventud se la hace a una tradición literaria y cultural que ya no los representa, que ha dejado de serles propia y necesita ser sustituida por algo, por lo que sea.

No obstante ese camino no está libre de inconvenientes. En la introducción de Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, Umberto Eco señala que “si la cultura es un hecho aristocrático, cultivo celoso, asiduo y solitario de una interioridad refinada que se opone a la vulgaridad de la muchedumbre (…), la mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte a todos, y elaborada a la medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La cultura de masas es la anticultura. Y puesto que ésta nace en el momento en que la presencia de las masas en la vida social se convierte en el fenómeno más evidente de un contexto histórico, la ‘cultura de masas’ no es signo de una aberración, sino que llega a constituir el signo de una caída irrecuperable, ante la cual el hombre de cultura (último sobreviviente de la prehistoria, destinado a la extinción) no puede más que expresarse en términos de Apocalipsis” (1973: 12). Sin embargo, “en contraste tenemos la reacción optimista del integrado. Dado que la televisión, los periódicos, la radio, el cine, las historietas, la novela popular y el Reader’s Digest ponen hoy en día los bienes culturales a disposición de todos, haciendo amable y liviana la absorción de nociones y la recepción de información, estamos viviendo una época de ampliación del campo cultural en que se realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la circulación de un arte y una cultura ‘popular’. Que esta cultura surja de lo bajo o sea confeccionada desde arriba para consumidores indefensos, es un problema que el integrado no se plantea” (ídem). Como concluye Eco, apocalipsis e integración cultural son, en última instancia las dos caras de un mismo problema puesto que, si bien es cierto la cultura es hoy por hoy mucho más que lo política o académicamente correcto, las bellas artes y las costumbres tradicionales, la alternativa a todo esto no puede ser ese “lo que sea” tan arbitrario que enuncié arriba, que ha de dar a los jóvenes una nueva cultura de donde apoyarse. Y a pesar de que Eco escribió esto hace casi cuarenta años, seguimos en una sociedad donde conviven directores de secciones culturales de periódicos que exigen métrica y rima para publicar poemas, con profesores universitarios que afirman que la literatura ha perdido su responsabilidad de ser profunda en pro de ser entretenida, lo cual conviene más ahora que no se lee.
Quién sabe, tal vez el mismo hipotético lector de estas páginas no me reproche dejar a Harry Potter sin referencia bibliográfica. Al fin y al cabo es Harry Potter. ¿O no? ¿Apocalíptico?  ¿Integrado? ¿Habrá que añadir otra a las etiquetas con que empezamos? No sé, dígame usted.


Bibliografía

Eco, Umberto. Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Barcelona: Lumen. 1973.
Fuentes, Carlos. En esto creo. México: Seix Barral. 2002

Galeano, Eduardo. Patas Arriba. La escuela del mundo al revés. México: Siglo XXI editores. 2003.

Herrera, Bernal. Cultura y contracultura: observaciones periféricas. (Documento en línea). Realidad, 108. 2006. http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/archivo/4ca36cc5b50cbculturaycontracultura.pdf. Consultado el 2 de diciembre de 2010.

Laso Prieto, José María. Ideología de la posmodernidad. (Documento en línea). El Catoblepas. n.78. 2008. http://www.nodulo.org/ec/2008/n078p06.htm. Consultado el 2 de diciembre de 2010.

jueves, 14 de octubre de 2010

Y me hice lector...



Nada especial, solo un recuento de mis primeras experiencias como lector, que escribí un día de estos por puras varas. Lo pongo más por activar el blog que por otra cosa. Estoy conciente de lo poco interesante que estas líneas pueden resultar para quien... no sea yo. En fin, quien sienta curiosidad por saber cómo un mae común y corriente (más común que corriente... y viceversa) se acercó a los libros, puede seguir. A quien no le interese, pues, ya le advertí.

***

Crónica de una muerte anunciada fue el primer libro que me sorprendió. Lo leí con unos quince años a cuestas. Había leído muy poco antes. En la escuela me tragué muchos libros, pero fue siempre una lectura desinteresada, de trámite, exactamente como tomarse una pastilla. Recuerdo haber disfrutado de Algunos niños, tres perros y más cosas y Un tiesto lleno de lápices, de Juan Farias, de los cuales no recuerdo nada, excepto que el segundo lo protagonizaba una familia cuyo hijo curioso había descompuesto el reloj de la sala, por lo que se habían acostumbrado a leerlo al revés. También leí La Tierra del Sol y la Luna y El Fuego de los pastores, de Concha López de Narvaez. La primera era una novela histórica sobre la lucha entre cristianos y musulmanes. En algún momento los moros quemaban una iglesia católica y un personaje, un moro, afirmaba desolado “No era de este modo, por Dios que no era de este modo”. Recuerdo una historia de amor entre una cristiana y un moro. O al revés, no sé. El fuego de los pastores era una historia con historias enmarcadas, como Las mil y una noches. Los pastores se reunían todos los días alrededor del fuego y contaban los cuentos que uno iba leyendo. Recuerdo uno, La noche de las ánimas, sobre un pastorcillo que no temía a los lobos pero sí a los fantasmas. Leí también El globo azul, sobre un chiquito vestido de azul que se inflaba y volaba por los aires, o algo parecido. Hubo otros muchos libros, pero de ninguno  guardo datos precisos. En quinto grado leí Verano de colores y Pantalones largos, de Lara Ríos. Fueron libros que me acompañaron durante toda la adolescencia. Se trataba de los diarios ficticios de Arturo Pol, un adolescente común y corriente (y ficticio) que contaba sus experiencias como colegial. Por alguna razón me encantaban esos libros. Los leí en cada período de vacaciones durante unos seis años. Luego añadí Pantalones cortos, el que en realidad era el primero de la saga.

En el colegio no leí casi nada. Leer era en realidad un castigo para mí en ese entonces. Lo interesante es que en la escuela no me era tan difícil aplicarme con la lectura, pero aún así no me gustaba mucho, sino como una asignación apenas un poco menos desagradable que las demás. Muchos años después, pero no frente al pelotón de fusilamiento, el profesor Alfonso Chase, en un curso de generales, preguntó en un cuestionario si la lectura nos gustaba o nos resultaba solo una imposición académica. Recuerdo que contesté que no era de mis pasatiempos, pero que me había gustado en la mayoría de ocasiones en que me la habían impuesto. Era cierto. En el colegio, como decía, leí sin pena El viejo y el mar, Una burbuja en el limbo, En una silla de ruedas y la ya mencionada Crónica de una muerte anunciada. La Odisea y El Quijote, se me hacían hazañas imposibles. Ni siquiera me preocupé mucho por consumirlas y me atuve a los resúmenes mediocres que nos suministró la profesora, los cuales bastaron para resolver los exámenes mediocres que nos aplicó el Ministerio de educación.

En clase de psicología nos mandaron a leer El alquimista, de Coelho. Me gustó mucho. Ahora, cuando he sido bombardeado por la negativa académica contra ese autor, no puedo evitar arrugar la cara ante su mención. Sin embargo, recuerdo que me gustó. Pasó lo mismo con El demonio y la señorita Prim, que leí por mi cuenta. Tendré que leerlos de nuevo para saber de qué lado estoy.

Impulsado por mi novia de entonces leí Un grito desesperado, de Carlos Cuahutémoc Sánchez. En aquel momento me pareció revelador, puesto que decía cosas que nunca había escuchado o leído en otro lado. Además, mi condición de individuo desinteresado por absolutamente todo se vio apoyada por frases como “Tener cultura es como poseer una colección de pinturas caras: es algo muy apreciado pero que no sirve para nada”. Me alegro de haberlo leído, porque si no, mi aborrecimiento sería completamente infundado.

Comenzando la universidad leí Pedro Páramo y La mujer habitada. El primero me resultó abrumador. Un no lector, o lector no, como era yo entonces, no podía encontrar sentido a semejante maraña de historias intercaladas. La mujer habitada sí me atrapó y me resultó una lectura intensa y agradable. No la he vuelto a leer, pero creo que me volvería a gustar mucho.

La próxima lectura que recuerdo fue Harry Potter. Fui a ver las dos primeras películas y decidí que no iba a esperar a la tercera para saber qué pasaba con la historia. Los leí en un absoluto caos: El prisionero de Azkabán, El cáliz de fuego, La cámara de los secretos, La orden del fénix, La piedra filosofal, El secreto del príncipe y Las reliquias de la muerte. Fue en un período extenso de tiempo, pero junto todos los libros en este párrafo por pura unidad temática.

Aún así, todavía no había comenzado a leer. La lectura se convirtió en parte de mi vida (a veces pienso si la vida no será parte de mi lectura, más bien) a los diecinueve años, cuando me di cuenta de que quería escribir. No sé muy bien cómo fue. Recuerdo estar jugando con unos legos y haber ideado unos personajes de los que no me pude deshacer nunca. Todavía andan aquí adentro, esperando a que los escriba. Pero tendrán que esperar a que lea y viva un poco más, porque me hace falta.

El asunto es que de alguna manera asocié ese súbito influjo creativo con la escritura, y un día un buen amigo me dijo “mae, para escribir bien tiene que leer mucho”. Fue como concebir el mundo de otra manera. Tenía que leer, leer, leer todo lo que pudiera. Fue otro de esos momentos que determinaron mi futuro como literato. De los momentos que me sacaron de una estancada carrera como informático y me llevaron donde tenía que estar.

Busqué todos los libros que tenía guardados desde el cole. Nunca encontré mi edición de En una silla de ruedas, pero di con El Quijote, la susodicha Crónica y algunos más. Fui comprando más y más libros. Hasta hoy no he parado. He leído mucho en estos años, pero aún así es poquísimo en comparación con lo que tengo. Hay cosas que uno se encuentra y no puede dejar pasar, porque algún día las tiene que leer, y en un país anticultural como este, es mejor aprovechar la primera oportunidad de hacerse con un libro, porque puede ser la única.

martes, 3 de agosto de 2010

Marcelo Figueras, La batalla del calentamiento.

















Muchas circunstancias pueden acercarlo a uno a un libro. No son pocas las ocaciones en que he terminado con una obra maestra entre las manos (y frente a los ojos) gracias a una oferta o liquidación de una librería. Hace unos meses pasé a Nueva Década a esculcar una caja que tenían con libros de Tusquets a mitad de precio. Me habían dicho que por ahí habían encontrado una novela de Daniel Sada que me interesa. Volví al revés la caja como cuatro veces y no di con el título esperado. Tras reputearme a mí mismo por haber pasado antes por ahí sin revisar la caja, decidí fijarme en el resto de las rebajas. Noté un libro grande y llamativo de Alfaguara: Marcelo Figueras. La batalla del calentamiento. 544 pp. Al igual que los de Tusquets, el libro costaba 5 rojos. Unos versos encabezaban el texto de la contratapa:
 
 "En la batalla del calentamiento
había que ver la carga del jinete.
¡Jinete, a la carga! Una mano..."

Inmediatamente recordé la canción que me hicieron memorizar en el kinder (un poco distinta a la citada, eso sí) y le apunté unos puntos al autor por la escongencia del título. Leí  el resto de la contratapa y me convencí. Los cinco rojos que traía dispuestos a gastar en Sada los gasté en Figueras.

La batalla del calentamiento es una novela convencional en su forma, que convina elementos de suspense, el cuento de hadas y el realismo mágico. Presenta elementos fantásticos como un lobo que habla en latín, un hombre extraordinariamente grande, una niña con poderes sobrenaturales (recuerda mucho al coronel Aureliano Buendía y a Clara del Valle, que son basicamente el mismo personaje solo que en novelas diferentes [y de distinto autor... :s]) y una mujer que aparenta creer en los duendes y las banshees, pero no asì en Dios ni en el valor de la ficción. A estos tres, cuya historia es el hilo narrativo fundamental, se suma una flota de personajes secundarios, cada uno más pintoresco que el anterior, entre los que se cuentan una señora que odia los niños, un regidor con doble personalidad, un abogado tímido y un empleado público disléxico.

La novela sigue a Teo, el gigante, y podría decirse el personaje principal, quien conoce casi accidentalmente a Pat, la de los duendes y banshees, y a su hija Miranda, la de los poderes. Una noche de sexo entre los dos primeros, quienes no pretendían otra cosa más que aprovecharse entre sí durante un rato, los une sentimentalmente, por lo que forman una familia improvisada con la pequeña Miranda. La narración desarrolla las personalidades y las historias de los tres, a la vez que ahonda en la amplia paleta de personajes secundarios y profundiza en la historia y las características de Santa Brígida, el pueblo donde transcurre la mayoría el relato. Este poblado cordillerano, supuestamente ubicado al sur de Argentina,  es escenario de todo tipo de acontecimientos, desde una guerra entre los pobladores originales y los hippies inmigrantes, hasta un festival anual, el sever (revés) donde toda norma se invierte y todo el mundo tiene derecho para ser lo que no es. El espacio se convierte en un personaje más, del que se cuentan hasta los motivos de su bautizo.

La prosa de Figueras es fluida y absorbente, sin grandes proesas lingüísticas, pero por ello dotada de una adecuada transparencia. Los diálogos son coloquiales, creíbles, frescos, perfectamente imaginables en una conversación. La descripción es rica pero no agobiante, de modo que se generan físicos y ambientes que toman forma inmediantemente en la imaginación. Estructuralmente, las retrospectivas que van revelando el pasado de los personajes están bien distribuidas, lo que consigue que el misterio se devele progresivmamente y mantenga el interés vivo hasta el final. Todo esto salpicado siempre por un fino humor.

Sin duda el punto fuerte de la novela es el desarrollo de personajes, que consigue que se gesten en el lector sentimientos (a veces encontrados) hacia cada uno de ellos. Las personalidades quedan sólidamente definidas y se perciben los choques entre ellas. Pat y Teo armonizan, pero ella, aunque lo acepta en su casa, se empeña en esconderle los filamentos más finos de su pasado, con la excusa de que lo hace para proteger a Miranda de su cruel y poderoso abuelo paterno. Aunque todo parece indicar que Teo es de confianza, Pat no cede en su reserva, y al irse complicando las cosas es el mismo gigante quien tiene que averiguar sobre los orígenes de la niña. Por su lado, el abogado Dirigibus, tímido hasta el alma, quien ha pretendido durante años a la señora Pachelbel, se ve de pronto inmiscuido en un triángulo amoroso que jamás hubiera sospechado. Eso por mencionar un par de casos.

Otra cumbre del texto es la efectiva manera en que combina la temática fundamentalmente fantástica con referencias a la dictadura argentina, las cuales pasan de aparecer ocasionalmente a ser uno de los pilares de la historia, de modo que la imaginación se funde con la más cruda realidad en las dosis adecuadas. El resultado es un universo independiente (la utilización de un pueblo imaginario se revela como utilísima) salpicado aquí y allá por la veracidad de nuestro mundo (este tipo de combinación me recuerda a El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro).

El ritmo de la narración es dinámico, aunque decae un poco en los capítulos dedicados al pasado del pueblo, que no logra ser tan interesante como su presente. Uno quisiera seguir leyendo en todo momento sobre los acontecimientos actuales y resiente un poco las retrospectivas, como la dedicada a las guerras hippies.

La trama principal se ramifica en otras historias, todas interesantes, hasta desembocar a un momento de alta tensión donde se esperan muchos acontecimientos... pero el narrador de pronto zanja todo con un par de líneas donde afirma que lo que uno tanto teme que ocurra, simplemente no lo hará y cierra la novela con un suceso un tanto cursi y predecible, que tal vez hubiera funcionado si todos los cabos se hubieran atado adecuadamente. El punto flaco es, por tanto, el final.

Una excelente novela, aunque su descenlace impidió que pasara a ocupar un lugar entre mis favoritas. Figueras parece un digno (tal vez demasiado digno) heredero del realismo mágico del boom, el cual combina ágilmente con la escuela universal de los cuentos tradicionales y con los relatos testimoniales. Lectura recomendada para todo tipo de lectores.

martes, 13 de julio de 2010

No todos los extremos son malos



Dicen que la basura de una persona puede ser el tesoro más grande para otra. Un autor como Stephen King, visible en las estanterías de toda librería popular, es usualmente relegado al plano de la subliteratura o literatura comercial, pues se ocupa de un género marginado como lo es el terror o suspenso. Nunca se escucha (me atrevería a decir que nunca se escuchará) que alguien analice una novela de King, mucho menos que le dedique una tesis. En fin, quiero decir que se le relega de la academia, de la "buena literatura". 

Lo único que había leído de King era "Uno para el camino", un predecible cuento incluído en Vampiras: antología de relatos de mujeres vampiro de El Club Diógenes, Valdelomar (2003), con lo que no podía hacerme la más remota idea de su calidad (o falta de ella) como escritor. Acabo de terminar su novela Montado en la bala y, aunque aún no tengo bases suficientes para dar un panorama de su calidad literaria, debo decir que el relato me sorprendió. Podría decirse que es una mala novela-de-terror, porque no presenta nada que no haya sido explotado hasta el cansancio en el género pero, sin etiquetarla, se puede considerar una buena historia, entretenida y que deja en el aire esa pregunta de "¿Qué hubiera hecho yo?", lo cual no es propio de un mal texto. Tiene un buen contenido humano y desarrolla adecuadamente los personajes, de modo que se entienden las motivaciones de sus acciones, aunque estas no siempre sean las más loables. No me esperaba este tipo de complejidad que, si bien no es profundísima, ahuyenta un poco la idea de estar leyendo un texto meramente comercial. En síntesis, es un buen texto para leerlo de una sola sentada (94 pp., letra grandecita), oyendo Black Sabbath y comiendo galletas de avena una noche lluviosa.

Ahora bien, ¿es provechoso leer este tipo de literatura que, sin ser de primera categoría, entretiene y deja recuerdos agradables tras su consumo? Cambio la pregunta, ¿tiene que ser la literatura provechosa para que valga la pena que sea leída?

En alguna ocasión un amigo me contó que se avergonzaba de sacar Harry Potter en el bus porque se sentía poco culto y conocedor leyendo eso. Creo que no es nada para avergonzarse. Cualquiera que tuviera el atrevimiento de decirle algo al respecto ("¿por qué lee esa mierda?", por ejemplo), además de estarse metiendo en lo que no le importa, se podría llevar una sorpresa si mi amigo le informara que lee todo tipo de literatura, desde García Márquez hasta George Orwell, Lope de Vega, Herman Hesse y, claro, J.K. Rowling. A decir verdad, son muchos los casos de personas que, en su cómoda posición de académicos (o incluso de expertos autodeclarados), se atreven a juzgar obras populares o comerciales sin tan siquiera haberlas leído. El título de "best seller", a como es atrayente para el lector promedio, resulta repugnante para los "entendidos", quienes no se detienen a pensar que el Quijote es de los libros mejor vendidos de la historia, así como también le andan cerca Cien años de soledad y otros títulos ampliamente reconocidos como "buena literatura".

Por otro lado, existen los libros pertenecientes a géneros marginados, como el terror, la fantasía, la ciencia ficción, la novela policial y hasta la mal llamada novela "romántica", que suelen contarse entre la literatura de consumo, hecha para que el vulgo se entretenga, y por tanto desterrada de la "crítica especializada". En una ocasión, un profesor me decía que a la literatura contemporánea no hay que pedirle profundidad, pues en una era donde la imagen se ha vuelto el centro de atención, lo que lleva a que sean la televisión, el cine y los videojuegos los titanes del momento en cuanto a entretenimiento, la literatura debe preocuparse de que el libro permanezca en manos del lector, sin importar el costo. No estoy del todo de acuerdo con esa afirmación, pues no creo que la solución sea siempre obedecer a la demanda, sino más bien lograr que la demanda sea otra, pero sí comparto la opinión de una profesora que me decía una vez, refiriéndose a Harry Potter y a Las crónicas de Narnia, que esos libros han logrado poner a leer a los niños y a los jóvenes, lo cual estaba casi perdido del todo.

Un amigo me comentaba hoy mismo que le iba a comprar a su hija el libro Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite. Me interesé y le pregunté si la niña tenía el hábito de lectura. Respondió que sí y que actualmente se estaba leyendo la saga vampirosa de Stephanie Meyer. Por un instante estuve a punto de despotricar contra su paternidad irresponsable que permitía que su hija leyera semejante basura, pero recapacité y me acordé de mí mismo a los doce años cuando los libros, fueran de lo que fueran, eran tan ajenos a mí vida como los camellos de tres jorobas. El asunto me dejó pensando. A la larga y tiene razón mi profesora al resaltar el aspecto positivo de este tipo de novela, que logra enganchar a los niños y a los jóvenes, lo cual deja claro que no toda esperanza está perdida para la literatura; quedan representantes de las nuevas generaciones (muchos de ellos) que devoran miles de páginas atrapados por la magia de la lectura y que son potenciales consumidores de mejores propuestas. Todo está en que estos jóvenes descubran que hay mucho más por leer que lo que les ofrecen las librerías y la publicidad de Hollywood, tarea que nos toca a los que ya hemos andado un poco más de camino. Es muy fácil ensañarse contra Meyer y Rowling mientras se cruzan los brazos y no se hace nada por mejorar nuestra situación cultural, que requiere cuidados intensivos desde hace tiempo.

Al final, los extremos no son tan malos si se sabe jugar con ellos. Dijo Alexánder Obando (lo parafraseo) que él se siente atraído tanto por lo sublime como por la basura, preferencia que comparto pues, a como me encanta experimentar la lectura de un libro genial o la contemplación de una magnífica película, también me gusta relajar mi sentido estético de vez en cuando con violencia, fantasía, comedia o sensualidad poco justificadas.

lunes, 17 de mayo de 2010

Este año, la Muerte los prefiere metaleros


















La imagen, alegre y lúdica, no necesariamente expresa lo que siento. Sin embargo, es apropiada. Esa centinela nuestra, que nos vigila siempre desde las esquinas de sus cuencas oculares con su perenne sonrisa llena de arrogancia y burla, se ha creído la muy metalera y anda asaltando escenarios, robándose grandes voces y dejando en su lugar los inaudibles acordes de su guadarra.

Hace poco más de un mes (14 de abril), fue Peter Steele, el genial cantante y bajista de la banda neoyorquina Type O'negative.

Peter Steele. 1962-2010.


Se acabó su profunda y grave voz, así como su humor autodespectivo y sus canciones críticas e irreverentes. La Muerte, a la que tanto le cantó, vino a reclamarle sus derechos de imagen. ¿Qué nos dejó? Varios de los discos más influyentes de la historia del gothic metal, ni más ni menos.

Y ahora (16 de mayo), le tocó el turno a Ronnie James Dio, cantante de las importantísimas bandas Rainbow y Black Sabbath, sin contar su larga carrera como solista.


                                              
















Ronnie James Dio. 1942-2010.


De Dio me es difícil hablar objetivamente, por lo tanto no lo haré. Dio representa para mí la más grande voz del heavy metal, simple y sencillamente. Influencia directa y notable en otros grandes (Mats Leven, por decir alguno), su legado consiste en la definición del cantante del género . A los 68 años, Dio seguía activo y en gran forma. La cancelación de la gira de verano de Heaven and hell (nombre que se le dio al Black Sabbath con Dio para diferenciarlo del de Ozzy), era solo un preludio a la tragedia. De esta no nos vamos a recuperar. Hay grandes, pero como DIOs, ninguno.

Para hacerles honor, una muestra del talento de cada uno. Primero, Black no.1, de Type O'negative.



Ahora, el evangelio según Black Sabbath. Heaven and hell, en vivo.



Duro golpe para todos, definitivamente. Larga vida a la memoria de estos dos grandes. Personas como ellos nunca van a morir, por más que nos duela haber perdido sus presencias.


Dio, con su clásica seña de los cuernos.                                                                                   Peter en plena acción, con su bajo verdinegro.

domingo, 11 de abril de 2010

Megadeth Radio



Para metaleros y rockeros, aquí dejo la excelente estación de radio de la banda Megadeth (EEUU). Como lo dice el guitarrista, cantante y líder Dave Mustaine, en esta estación se puede escuchar "Slayer, ACDC, gore and The Beatles back to back!". Provecho.

Megadeth Radio

viernes, 9 de abril de 2010

Alicia en el país de las taquillas

Valga esta entrada para inaugurar la nueva plantilla del blog. Gracias A lexánder Obando por su ayuda con la misma.

Advertencia: Quien no haya visto la más reciente versión de Alicia en el país de las maravillas (Tim Burton, 2010) y pretenda hacerlo, absténgase de leer el texto. Luego no digan que me puse a contar la cinta o algo parecido.

Las mejores adaptaciones de obras literarias al cine son, a mi gusto, aquellas que generan algo nuevo a partir del texto original. Si bien en muchos casos uno quisiera ver exactamente la novela que leyó adaptada a la pantalla (lo que me pasa con Narnia, por ejemplo), es innegable que un distanciamiento creativo de parte del director puede enriquecer la obra. Al fin y al cabo se trata de una traducción, puesto que el lenguaje literario y el cinematográfico no son iguales, por lo que es interesante ver modificaciones en los diversos aspectos de la adaptación.

Cuando supe que Disney estaba planeando una nueva versión de Alicia en el país de las maravillas, experimenté una serie de sentimientos encontrados. En primer lugar, pensé que por fin se había realizado mi sueño de ver una versión de Alicia con actores reales y una buena producción, lo cual, evidentemente, me esperanzó. En segundo lugar, dado que el título era el mismo de siempre, supuse que no se trataría más que de un refrito de la misma historia con un montaje contemporáneo, lo que no me pareció tan alentador. Eso por no mencionar que la estética de Tim Burton no es de mi completo agrado (aunque reconozco que el cabrón es un genio), por lo que todavía dudé más respecto a que la cinta me fuera a cuadrar.

El día que vi la película salí muy contento. Razones: 1) La emoción de ver una Alicia contemporánea y con tan buenos efectos adormeció mi capacidad crítica y 2) La Alicia estaba tan guapa que… bueno… adormeció mi capacidad crítica.

Ya con la mente (y todo lo demás) en frío, me fue imposible obviar algunos aspectos que definitivamente convierten a esta nueva versión de la obra de Carroll en una más entre tantas.

Del trabajo de Burton en la producción no hay mucho qué decir: simplemente impecable. La ambientación sórdida y retorcida (sin excesos), de su factura tan peculiar, le da al País de las maravillas una pinta como la merece. La Reina Roja cabezona me fascinó, así como el efecto de la aparición y desaparición del gato. De Anne Hathaway como la reina blanca no puedo decir mucho objetivamente porque la mujer también me encanta. Un poco sobreactuada tal vez, pero da la impresión de que esa era la idea. De hecho, las actuaciones me decepcionaron mucho, sobre todo la de Alicia: la chiquita está muy bonita pero es demasiado inexpresiva y no logra naturalidad en los gestos. Johnny Depp me pareció bien, pero tal vez porque este mae con cualquier cosa medio rara que haga ya lo conquista a uno.

Ahora bien, en cuanto al guión, me gustó que la propuesta se alejara de la historia original y buscara más bien complementarla. Sin embargo, el resultado fue de lo más burdo: convirtieron a Alicia en una predecible historia de fantasía épica.

En Las transformaciones del cuento maravilloso, señala Vladimir Propp:

“Podemos, en efecto, observar que los personajes de los cuentos maravillosos, sin dejar de ser diferentes en cuanto a su apariencia, a su edad, su sexo, su tipo de preocupación, su estado civil y otros rasgos estáticos y atributivos, llevan a cabo, a lo largo de toda la acción, los mismos actos”. (pp. 16-17)*.

En efecto, es clásica, por ejemplo, la historia del héroe que parte a un viaje en busca de un objeto singular que le ayudará a vencer el mal. En la Alicia de Burton tenemos una heroína, Alicia, que llega al País de las maravillas y resulta ser la elegida (anunciada por una profecía y todo) para acabar con la tiranía de la Reina Roja, para lo que necesita conseguir la espada que le permitirá vencer al Jabberwocky (dragón dientón). Desde los evangelios, pasando por los poemas homéricos, las leyendas artúricas, Juana de Arco, Tolkien, Narnia y Star Wars, las narraciones con este formato mesiánico del enviadoquelibraráalpueblodelaopresión abundan. No es un problema que lo hagan, pero sí es un problema reducir una obra maestra de la sátira y el absurdo como Alicia a este esquema tan trillado.

La trama es completamente lineal y avanza como lo haría en una típica película de fantasía reciente, dígase El señor de los anillos, Las crónicas de Narnia, La brújula dorada o cualquiera de las que han comenzado a pulular desde la pasada década, al punto de que termina con una batalla climática entre las fuerzas del bien y del mal. Aclaro que todas estas películas me gustan (excepto La brújula dorada, ver mi diatriba contra ella aquí), porque soy un enamorado incorregible de la fantasía épica, pero Alicia en el país de las maravillas, si bien puede ser muchas cosas, NO es una historia de esta índole. Ver al Sombrerero loco volando espadazos y a Alicia con brillante armadura me pareció algo totalmente fuera de lugar, que disloca la esencia de la obra original y convierte la adaptación en una historia que, con solo cambiarle los nombres a los personajes, dejaría de ser Alicia. Se trata de un excelente ejemplo de una versión cinematográfica que, al distanciarse del texto literario, termina por traicionarlo.

Linealidad, coherencia, heroísmo maniqueo, amistad cursi, batallas épicas, monstruos imponentes, espadas encantadas, bailes ridículos (porque los hay, olvidé mencionarlos antes)… en fin,  de todo lo que está de moda y le gusta al actual público meta de Disney: gente incapaz de disfrutar de una obra diferente, sarcástica, crítica y poco convencional. Y no me refiero al público infantil, porque este está respaldado por casi siglo y medio que lleva leyéndose Alicia sin ninguna queja. 

* Propp, Vladimir. Las transformaciones del cuento maravilloso. Buenos Aires: Rodolfo Alonso Editor. 1972.Traducción de Hugo Acevedo.

martes, 30 de marzo de 2010

Opeth y el métal contemporáneo


Tras el hard rock setentero vino la New wave of british heavy metal (NWOBHM) y el rock cambió para siempre. Bandas como Judas Priest y Iron Maiden (entre muchas otras menos conocidas), retomando elementos de lo que ya había comenzado a gestar Black Sabbath, pero distanciándose un tanto de su atmósfera oscura, comienzan a tocar como no se había hecho antes. Las secciones rítmicas de las bandas (batería y bajo) aumentaron considerablemente de peso y las distorsiones de las guitarras fueron más ruidosas que nunca (alabado sea Jimi Hendrix por sus experimentos con efectos). Las melodías armonizadas a dos guitarras comenzaron a ser recurrentes, así como los solos a velocidades no concebidas en el pasado. 

En los ochenta, la violencia y la velocidad de las composiciones van en aumento. Venom, insatisfechos con la escena melódica y hasta cierto punto liviana que los rodeaba, apuestan por un sonido crudo, agresivo y oscuro (ahora sí, más a lo Black Sabbath) originando, de un solo golpe, todo lo que se vendría a conocer como métal extremo (thrash, black y death métal). Las voces guturales hacen su aparición (se dice que una banda italiana, de nombre Bulldozer, fue la pionera, pero no he podido confirmarlo), los ritmos se aceleran  hasta límites casi sobrehumanos (la técnica de batería conocida como blast-beat se comienza a utilizar con frecuencia), el bajo se toca golpeando las cuerdas con los dedos, en una especie de slap perpetuo (cuando no se usa púa para darle más velocidad) y las guitarras se afinan en tonalidades más bajas para lograr aún más densidad. El doom metal (que también debe su nacimiento a Black Sabbath) se va desarrollando de la mano de bandas como Candlemass y Cathedral, que se orientaron, en lugar de a la velocidad, a los ritmos lentos y repetitivos, que gracias a la distorsión se volvían grotescos y escalofriantes. Paradise lost, tras un inicio meramente doom, incluye algunos arreglos orquestales y voces femeninas en sus composiciones, con lo que crea el gothic metal.

Suecia, la ciudad de Gothenburg, para se exactos, ve nacer una nueva modalidad de death metal, que incorpora melodías y armonías más marcadas y comprensibles, así como estribillos más definidos. Se trata de lo que se llegaría a conocer como melodic death metal.

Y pues bien, es en Suecia donde ocurre el fenómeno que quiero reseñar. En Estocolmo, al noreste de Gothenburg, en 1990 se funda la banda Opeth. Todo el panorama histórico del metal que bosquejé arriba es solo para decir que Opeth combina practicamente todos los subgéneros que mencioné con el rock progresivo de los setenta (Pink Floyd, King Crimson, Yes y demás) para dar una propuesta única y ecléctica, sin caer en el barroquismo y la incomprensibilidad de otras bandas que intentan fusiones similares.

Las composiciones de Opeth suelen ser largas (yo diría un promedio de ocho minutos por canción, con sus excepciones por supuesto) y alternar pasajes de tremenda agresividad (voces guturales y distorsión) con otros acústicos y con voces melódicas (el genial Mikael Akerfeldt, compositor principal, se hace cargo de todas las voces, además de las guitarras acústica y eléctrica). En los discos más recientes la banda incorporó el teclado entre sus filas, el cual han utilizado de maneras muy creativas también: a como se  puede escuchar un solo de clásico órgano hammond, también se puede uno topar con orquestaciones o saturaciones distorsionadas. Guitarras clásicas y folclóricas del norte europeo, solos al mejor estilo de David Gilmore, riffs  densos y devastadores a lo doom, pasajes caóticos estilo Morbid Angel... y todo envuelto en una coherencia y una fluidez sorprendentes. Ninguna canción de Opeth (tal vez solo Black rose immortal, que dura más de 20 minutos) da la impresión de ser larga, puesto que las secciones transcurren tan harmoniosamente que no se siente el paso de los minutos.

Se les suele etiquetar como "death metal progresivo", lo cual aunque no está del todo errado, me parece que deja por fuera muchos de los elementos de su música. En mi opinión, Opeth es una digna representante (tal vez la mejor) de lo que el métal contemporáneo está experimentando: una fusión de todo lo que se ha venido haciendo y que a la vez incorpora elementos de otros géneros musicales como, en el caso de Opeth, el jazz y el folk. A la larga, las etiquetas sobran y lo mejor es una muestra. Les dejo un video, parte de su más reciente DVD, titulado The roundhouse tapes, que docuementa una presentación de la banda en Londres, en noviembre del 2006. La canción es "When", del album My arms, your hearse, publicado en 1998. Nótense la excelente presencia escénica de la banda, así como la fuerza de su interpretación. Abajo adjunto la letra y una traducción que realicé de la misma con la ayuda del amigo Gustavo Solórzano (Asterión), para que aprecien la calidad lírica de la misma, la cual es alta en todas las letras de Opeth. Que lo disfruten. Disculpen que el video se ve cortado, pero como es en HQ, no logré que se adaptara al tamaño de la columna de mi plantilla. En fin, se puede ver perfectamente).


When?

Red sun rising somewhere through the dense fog.
The portrait of the jaded dawn who had seen it all before.

This day wept on my shoulders.
Still the same as yesterday.
This path seems endless, body is numb.
The soul has lost its flame.
Walking in familiar traces to find my way back home.

So there I was.
Within the sobriety of the immortals.
A semblance of supernatural winds passing through.
The garden sighs, flowers die.

The gate was closed that day, but I was bound to carry on.
She could not see me through the windows.
In dismay, strangest twist upon her lips.
Graven face, she said my name.

Once inside I heard whispers in the parlour.
The gilded faces grin, aware of my final demise.

And I cried, I knew she had lied.
Her obsession had died, it had died.

When can I take you from this place?
When is the word but a sigh?
When is death our lone beholder?
When do we walk the final steps?
When can we scream instead of whisper?

When is the new beginning,
The end of this sad madrigal?

______________________

¿Cuándo?

Un sol rojo sale de alguna parte a través de la densa niebla.
El retrato de un amanecer hastiado que ya lo ha visto todo.

El día lloró sobre mis hombros
igual que ayer.
Este camino parece interminable y el cuerpo yace entumecido.
El alma ha perdido su llama
por seguir rastros familiares
para hallar su camino a casa.

Ahí estaba yo,
en la sobriedad de los inmortales:
atravesado por restos de vientos sobrenaturales.
El jardín exhalaba y las flores morían.

La puerta quedó cerrada esa vez, pero yo estaba obligado a continuar.
Ella no podía verme a través de las ventanas.
Consternada, torcía extrañamente sus labios.
Con un gesto esculpido dijo mi nombre.

Una vez dentro escuché murmullos en el salón.
Las caras doradas sonreían, conscientes de mi última desaparición.

Y entonces lloré, pues supe que ella había mentido.
Su obsesión había muerto.

¿Cuándo podré sacarte de aquí?
¿Cuándo será la palabra tan solo un suspiro?
¿Cuándo será la muerte nuestra única dueña?
¿Cuándo daremos los últimos pasos?
¿Cuándo podremos gritar en lugar de susurrar?

¿Cuándo será el nuevo inicio?
¿Cuándo el fin de este triste madrigal?

jueves, 25 de marzo de 2010

¿Grunge? contemporáneo

No soy un fanático del grunge. Sin embargo, ese movimiento tan camisudo y desenfadado dio joyas musicales como lo fueron (y lo son) Alice in chains. No es que sepa demasiado de la banda. Sé que el Facelift es un discazo y que Would? es de mis canciones favoritas de todos los tiempos y de todos los géneros. Suficiente para darme por seguidor (sí, soy de los que se resisten a decir "fan"). Hoy, pasando canales en la tele (también me resisto a decir "zapping") caí, por accidente (¡LO JURO!) en Mtv y pues, descubrí algo. Alice in chains volvió, ya lo sabía, pero una rápida oída de su nuevo disco me dio la impresión de que no había nada interesante. Me equivoqué. Mtv, lo que es la vida, me dio a conocer esta canción y este video. Ambas me fascinaron. Lo comparto, a ver si alguien más se enamora. Aclaración: la muchacha principal es mía. Yo la vi primero.



viernes, 5 de marzo de 2010

La República de Platón se parece a Costa Rica

Platón excluyó a los poetas de su República. Consideraba que las artes "imitativas" carecían de  importancia, porque solo representaban la representación de los ideales. Un rosa solo era una representación del ideal de la rosa, por lo que unos versos a la rosa serían una representación de una representación.  En síntesis, la poesía le parecía una ilusión innecesaria y burda que no hacía la menor falta. ¿Suena conocido? ¿Alguna similitud con la realidad cultural costarricense? Sorprendentemente, sí. El susodicho Festival Internacional de las Artes 2010 no incluirá la acostumbrada mini feria del libro ni muchos (por no decir todos) de los otros espacios que se le dieron a la literatura en oportunidades anteriores. ¿Por qué? Pues pareciera que porque a alguien se le olvidó incluirlos en el programa. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pretende una organización cultural excluyendo a la literatura? Cada vez entiendo menos a este país, supuestamente tan culto.A pero claro... no sé cómo se me escapó. Es que hay que leer bien el nombre: REPÚBLICA de Costa Rica. Tal parece que el asunto de la república no era una alusión democrática, sino una muestra de adhesión al ideario platónico. Con razón hablan tanto de ideales que se quedan allá, en el mundo de las ideas, y nunca se ven por aquí.

Más información:

http://www.nacion.com/2010-02-26/Portada/FotoVideoDestacado/AG26-FIA.aspx

http://clubdelibroscr.wordpress.com/2010/02/25/fia-no-contemplo-a-la-literatura/

Una opinión:

http://luissiana.blogspot.com/2010/02/quien-se-fia-de-la-fia.html

miércoles, 24 de febrero de 2010

Costa Rica, Suiza centroamericana











En respuesta a la excelente iniciativa de Pulpería Lindavista, quien subió el ensayo "El ambiente tico y los mitos tropicales" de Yolanda Oreamuno, dejo aquí este de Mario Sancho, otra ácida crítica al imaginario tico. Les comento que este ensayo yo creía que lo tenía en el tomo Mario Sancho, el desencanto republicano, de Flora Ovares y Seidy Araya, publicado por la ECR, sin embargo, encontré una versión en línea mucho más extensa. Les dejo aquí el fragmento que contiene el libro y el enlace a la fuente donde pueden leerlo completo. En el libro no se incluye tampoco la "Explicación", que  me parece de gran interés para quien lea. Pura vida.





Costa Rica, Suiza centroamericana
Mario Sancho Jiménez, Costa Rica

Explicación

Esta visión de conjunto del país en los últimos treinta años puede que a muchos parezca demasiado pesimística. En el fondo la creo verdadera y por eso la doy así, sin quitarle ni ponerle nada, al público. No se me oculta que la tarea de apuntar fallas y destruir conceptos convencionales no es tarea simpática en ninguna parte del mundo y menos en Costa Rica.

Tampoco me hago ilusiones del efecto que pueda lograr en la conciencia pública. Tres largos años de buen batallar contra la injusticia y la mentira me han convencido de lo difícil que es mover opinión entre nosotros. La conferencia que sigue es en gran parte como un compendio de esa campaña estéril, y así el lector no debe sorprenderse si encuentra en ella ideas ya publicadas por mí en artículos de la prensa diaria en la cual he luchado por desacreditar muchas cosas que aquí critico: el procedimiento tardo y costoso de nuestra Justicia, los impuestos que nos encarecen la vida, el cambio alto y el salario bajo. Casi siempre estuve sólo en esos empeños, aun cuando abogara por darle pan bueno y barato al pobre o protestara contra el régimen podrido de nuestras instituciones de caridad, y no me sorprenderá si ahora también me quedo solo, y si los vivos atribuyen a apasionamiento mis críticas y los tontos lo creen. En un país donde los más se mueven únicamente por el interés o la pasioncilla malsana, resulta difícil convencer a nadie de la sinceridad de uno. ¡Qué importa! A mí me basta con repetirme los versos del Petrarca:

Io parlo per ver dire,
non per odio d'altrui né per desprezzo.

M. S.
Cartago, 22 de noviembre de 1935.

Costa Rica, Suiza centroamericana
 
Desde hace algunos años anda nuestro espíritu buscándose un refugio en el pasado, en parte, --¿a qué negarlo?-por gusto del pasado mismo, pero muy principalmente por escapar a la angustia y desencanto del presente. Los tiempos que corren son en verdad aflictivos y desconsoladores. El país, hombres, instituciones, costumbres, todo anda de muy capa caída. Económicamente estamos a dos dedos de la bancarrota, endeudados hasta la coronilla, mitad por improvidencia y mitad por improbidad, con casi todas nuestras industrias arruinadas y con tan poca esperanza de salir de apuros como mucho peligro de que a la postre el acreedor extranjero, cuando vea que no podemos cumplirle la palabra, irrumpa en nuestras aduanas so pretexto de ponerlas en orden y de hacerse pagar.

Pero si el estado de las finanzas del país es malo, sus condiciones sociales y políticas son peores. Al desbarajuste económico, ha dicho hace poco don Elías Jiménez Rojas, uno de los poquísimos ciudadanos que se dan entera cuenta de estas cosas y que no se callan su opinión, corresponde una profunda crisis moral, en nuestro concepto más grave aún que aquél, porque asume proporciones más grandes y porque sus consecuencias afectan hasta la propia raíz de la vida nacional.

No quisiéramos pasar por agoreros de calamidades públicas, pero la verdad es que no podemos ver sin aprensión el porvenir. La República no nos parece segura en este desconcierto y en esta lucha de intereses egoístas exacerbados bajo el apremio de las circunstancias, y no creemos pecar de pesimistas si decimos que los ideales de nuestros mayores, de quienes heredamos patria independiente y digna, están sufriendo hoy una baja tanto o más considerable que la de los títulos de Estado o de la divisa nacional. Y aunque tampoco nos gustaría sentar plaza de moralistas de clavo pasado, vamos a agregar, sin embargo, que al decir ideales entendemos también las normas de conducta que orientaron la de los buenos costarricenses de otros tiempos. Moral y buenas costumbres van camino de ser pronto un recuerdo apenas del pasado. No hemos sabido conservar ese precioso patrimonio y la historia tendrá que acusarnos de haberlo disipado.

Verdad es que la Costa Rica de antes no nos ofrecía el espectáculo de una sociedad adelantada, ni de una vida confortable y llena de refinamientos. Cierto que nuestros abuelos vivían con poca comodidad y mucha o demasiada sencillez, pero al menos la austeridad de sus costumbres, la modestia de sus ambiciones, la varonil resignación con que afrontaban los trabajos y las molestias de una existencia bastante primitiva, eran buena escuela para la hechura del carácter, tan buena como son malas disciplinas lujos y refinamientos, que no riman con nuestros escasos recursos, para la edificación moral de las nuevas generaciones.

Ya estamos oyéndonos llamar con horaciana ironía: laudator temporis acti. No creemos, sin embargo, habernos dejado llevar por el encanto que presta a las cosas la lejanía, cuando aseguramos que la hombría de bien del costarricense chapado a la antigua no es invento de costumbristas o poetizadores del tiempo pasado, sino un hecho real y verdadero, con sus naturales excepciones, claro está. Y es lógico que así fuera. Aquella sencillez de costumbres, aquella modestia de ambiciones, aquella conformidad cristiana que informaban la conducta de la gente de antes, contribuían a hacer de la existencia, si bien dura en el sentido de la comodidad que ahora disfrutamos, algo menos complejo, menos exigente, menos difícil y menos costoso. Por un lado el individuo tenía que tolerar muchas más molestias de orden material, pero por otro, su modo de vivir no le exigía tanto desasosiego y tanto empeño en obtener el dinero con que es fuerza pagar el confort con que ahora vivimos. Había menos demandas a la vanidad, a la sensualidad, a la codicia, que son los resortes, hay que confesarlo, del progreso material, pero que también son responsables de la mayor parte de las indignidades y las transgresiones morales que ocurren con innegable frecuencia en la sociedad moderna.

En el caso de Costa Rica este fenómeno parece agravarse por circunstancias especiales que trataremos de señalar aunque sea de prisa. Todos sabemos que nuestra clase media ha sido, es y será por mucho tiempo más o menos pobre. Pues bien, la transformación de sus costumbres no ha llevado el paso con el incremento de sus medios pecuniarios. Las comodidades que ha introducido en su vida, aunque pocas, si se las compara con las que disfrutan los individuos de esa misma clase en otros países, son más y mayores de las que sus entradas pueden sufragar. Ninguna observación es tan frecuente entre nosotros como la de que estos fulanos o aquellos zutanos viven con más lujo del que debieran. Cuando la palabra lujo no se refiere a gastos verdaderamente inútiles, como los tragos tomados en el club o en la cantina (y digamos de paso que aquí sería difícil acentuar mucho la diferencia entre clubes y cantinas), o como las pretensiones elegantes de la hija casadera, si bien muy de acuerdo con sus ansias matrimoniales, resueltamente en pugna con los recursos del pobre padre de familia, significa conveniencias o comodidades que constituyen cada fin de mes un desequilibrio en el presupuesto doméstico, y son origen las más veces de trampas, enredos o de otras cosas más graves.

Esto, respecto a nuestra clase media. Vamos ahora con nuestras llamadas clases altas.
Digamos primero que en Costa Rica no ha habido realmente aristocracia, sin que neguemos por esto la existencia en lo antiguo de gentes de abolengo aristocrático. Sí que las hubo, cuya información de sangre hubiera demostrado quizá cualidades de la más rancia nobleza, pero todas vinieron de España sin gran fortuna, y ninguna logró adquirirla aquí. Esta era una oscura y pobre provincia de la Corona de Castilla, donde no había riquezas minerales ni pingües industrias con que dorar cuarteles nobiliarios. Nuestros nobles no pasaron, pues, de ser lo que llaman en la Península "hidalgos de gotera", hombres serios, sobrios, buenos cristianos que vivían holgadamente, mas sin exceder los límites de la dorada medianía. Ninguno vivió en grande, ninguno hizo jamás, como se dice, casa de dos pisos, ni comprometió la solidez de su hacienda en locuras fastuosas, convites espléndidos, exquisiteces culinarias o esplendores de guardarropía. No hubo entre los primates de la Colonia o de los primeros años de la República nadie que nos recuerde a un José de la Borda, que se gastó parte de las riquezas extraídas a los cerros auríferos de Tasco en los deliciosos jardines de Cuernavaca que habían luego de encantar al alma trágica de Maximiliano; o a un Conde de Rul, constructor magnificente de una iglesia para sus mineros de Guanajuato, que podría servir en cualquier parte del mundo de hermosísima catedral.

Las casas que habitaban nuestros próceres coloniales son bien poca cosa al lado de los palacios de México o de Lima, cuyas puertas embellecían primores de arte e ilustraban las armas de añejas estirpes. El tren y el regalo de sus vidas tampoco iban más allá de la holgura tranquila en que vive cualquier persona de posibles. De sus descendientes, lograron conservar el patrimonio los que lo administraron con prudencia y parsimonia. Quienes excedieron los términos modestos en que habían vivido sus progenitores, comiendo como gran lujo tortilla con queso, para decirlo al modo pintoresco de don Nicolás Oreamuno, se arruinaron.

Para hacer cumplida justicia a los hombres de antaño, hay que agregar que si usaban del dinero parsimoniosamente, sin incurrir en las ostentaciones un poco cursis de los adinerados de ahora, no cabe duda que eran más generosos y que tenían un sentido de cooperación social más fuerte y mejor cultivado. Para convencerse de esto no tiene uno más que preguntarse a quiénes debe el país sus principales instituciones de beneficencia: casi todas ellas son de larga data y están fundadas sobre un legado y sobre el empeño y la caridad de hombres pertenecientes a la Costa Rica antigua. Los ricos de nuestros días, sólo por excepción, legan su nombre y su dinero a una obra de bien común. Los más viven indiferentes a las necesidades ajenas, y mueren preocupados con la idea de asegurarse que sus herederos reciban el capital, libre hasta de los impuestos que la ley destina a fines caritativos. Muy rara vez tienen un movimiento generoso. En cambio, nuestros viejos casi nunca se despedían de este mundo sin dejar siquiera un manda para ayuda de los pobres o para el mayor esplendor del culto religioso que había confortado sus almas en la vida y en la muerte.

Hay otro punto que no quisiéramos pasar por alto, y que consiste en el mal uso que nuestros ricos hacen del dinero. Vamos a hablar de eso, no para descubrir ese mal uso, que tal como huelga en estas líneas destinadas a ser leídas principalmente por costarricenses, sino para confirmar la verdad de la observación de Renan , esto es, de que "el mejoramiento material de los individuos, cuando no va acompañado del grado de educación correspondiente, está lejos de favorecer su mejoramiento moral". "El pueblo", dice aquel ilustre pensador, (y aquí agreguemos nosotros que pueblo vale decir toda gente ineducada) "es mucho menos capaz que las clases elevadas o ilustradas de resistir a la seducción de los placeres fáciles que no están libres de inconvenientes más que cuando uno está blasé de ellos. Para que el bienestar no desmoralice es precioso estar habituado a él; el hombre ineducado se echa a perder pronto en el placer, lo toma groseramente en serio no se aburre de él".

Excusándonos de suscribir a las consecuencias políticas que Renan sacaba de su observación, diremos resueltamente que la nuestra nos lleva a tenerla como verídica. Ya hemos visto que la clase adinerada de Costa Rica, con raras excepciones, se caracteriza por su falta de altruismo y absoluta incapacidad para la cooperación social. Pues bien, agreguemos que tan grande como su sordidez es su frivolidad, su necia complacencia en la ostentación de dinero, su mal gusto, sus malas maneras, y sus ridículas y vanidosas satisfacciones. Después de ver a estos ricos en la intimidad, después de oírles sus chácharas plagadas de chismes y superficialidades, en que no apunta una idea generosa ni un sentimiento decente, sino por milagro, después de sufrirles su desdeñosa incomprensión de todo lo que no sea pesos y centavos, hay que convenir necesariamente con el dictamen del filósofo francés. A estos hombres les sobra todo, solo les falta aquel requisito insustituible, aquel savoir vivre, que es bien distinto de lo que aquí entienden por esto, aquello que concede simpatía a las personas, distinción a los actos, autoridad a las palabras, y buen tono a las costumbres.

Nuestros ricos son amigos de viajar. Uno pensaría que esto pudiera darles alguna amplitud mental y mejor entendimiento de las cosas del mundo. Desgraciadamente no es así. Nuestros ricos van y vienen de Estados Unidos y de Europa y siguen siendo los mismos. Están atacados de un incurable provincialismo y de una falta de visión y simpatía y de curiosidad intelectual grandes. En sus viajes no ven sino lo externo, lo obvio, lo que complace su temperamento comodón y vanidoso; lo que habla al espíritu se les pasa desapercibido.

Algunos habrá que encuentren exagerado y hasta calumnioso el retrato que hemos trazado, pero salvando a unos cuantos de nuestros magnates, con ideales de trabajo y de progreso, estamos seguros de que la experiencia y observación de casi todos nuestros lectores concurren en este punto con las nuestras.


Hemos señalado el mal y nombrado el remedio: educación. Desde luego hay que convenir en que nuestras escuelas y colegios no están enteramente exentos de culpa a este respecto. Su labor educativa no ha sido todo lo vigilante y eficaz que era de desearse para contrarrestar el mal. A veces, hasta cabe dudar de que se hayan dado siquiera cuenta de él, tal es la indiferencia con que ven esta irrupción horrible de ramplonería, vulgaridad y desmoralización apoderarse poco a poco del país.

Despierten nuestros maestros ante el peligro que nos amenaza. No esperen oír la voz de rebato para hacerse cargo valientemente de su responsabilidad; entonces, cuando suene la campana o se encienda la almenara en congojas de alarma, ya será tarde. Despierten desde ahora. Cuiden, defiendan las costumbres de los jóvenes y los gustos, hoy solicitados más que por el libro o la conversación inteligente, por la bobería cinematográfica; cultiven en ellos la conciencia de los deberes patrióticos y el sentido altruista que ennoblece al individuo y hace grandes a los pueblos. Adoctrínenlos sobre todo en el amor de nuestro pasado para que les eche raíces el espíritu en la patria honesta, trabajadora y dueña de su destino que era la Costa Rica de antaño. Diríjanlos a la conquista del campo, que así ayudarán a desarrollar nuevas fuentes de riqueza y escaparán a la humillación de vivir gravitando sobre nuestras empobrecidas ciudades. Hay que enseñarles a cultivar la tierra, nuestra tierra. Cultivarla es la mejor manera de defenderla de la asechanza extraña.

Y con las cosas del espíritu hagan los maestros y hagamos todos otro tanto: cultivemos lo propio, defendamos nuestros ideales de vida, la sencillez de nuestras viejas costumbres, en vez de dejarnos imponer usos, cursilerías casi siempre, de otras partes. No es que queramos cerrarnos a todo lo extranjero solo porque es extranjero, aunque de ello pudiéramos salir beneficiados, pero sí discernir entre lo que conviene o no, entre los sustancial y lo frívolo. Examen, sentido crítico, es la cosa que más falta nos hace. No hay más que ver por el lado que van nuestros entusiasmos, digamos por caso, en literatura. ¿En qué se cifra generalmente nuestra admiración por las letras francesas? En lo peor que esa admirable literatura tiene que ofrecernos, en aquello precisamente que decía Ernest Renan: "sa basse presse, sa petite littérature, ses mauvais petits théatres dont le sot esprit, aussi peu français que possible, est le fait d'étrangers".

Tal vez habrá quien nos moteje de pedantes. Pero el mote no nos arredra ni disuade de decir con toda la vehemencia a nuestra disposición que no hay nada en la actualidad que logre irritarnos tanto como esta necia e inconducente admiración de nuestros frívolos afrancesados por toda suerte de futilezas anglicanas, como no sea el entusiasmo que suscitan entre nosotros las platitudes y chocarronerías que los mal informados toman como producto representativo de los Estados Unidos.

Reaccionemos animosamente contra todas estas cosas. No seamos provincianos, mas tampoco hagamos más el badaud ni en el boulevard ni en Broadway. Vayamos con ojos y mente abiertos por los caminos del mundo observando y aprovechando lo bueno de todas partes para volver luego a lo nuestro fortalecidos con el ejemplo de las serias disciplinas, de los arduos esfuerzos y de los ideales que constituyen la grandeza de esas y otras naciones. Sí, volvamos siempre a lo nuestro, estudiemos con amor nuestra historia y nuestra lengua, y seamos leales a nuestra ascendencia espiritual. Las piedras itinerarias del camino que se abre ante nosotros son Costa Rica, América, España.
***

Texto completo aquí.
El ambiente tico y los mitos tropicales, aquí.

lunes, 22 de febrero de 2010

Primeros versos













Gente, este poema es de una amiga que está dando sus primeros pasos en la poesía. Pide crítica, sugerencias, observaciones, de todo. Les dejo el enlace a su blog, que ya cuenta con algunos textos, para que contribuyan a la causa de una joven poeta que comienza a andar su camino. Pura vida.


Palabras

Recorrí pasos aleatorios
Ví mi vida pasar por mis ojos
Alguien se cruzó en mi camino
Me devolvió significados apasionados

Una implacable necesidad
De regalarme palabras de peso
Un deseo incontenible
Que no podría retener más

Mi corazón latió rigurosamente
Quizo salirse de su lugar
Y él adivinó sus movimientos
Recordamos otros momentos

Pidió compañía,
Para su desolada alma proclamó
Con la amplitud de sus fuerzas
Y la profundidad de las mías

El tiempo que la razón permitió
Rosas florecieron y murieron
Abrieron puertas y cerraron puertas
Secas, con sus espinas puntiagudas
Hablaron sobre el futuro

Promesas banales intercambiamos
Promesas típicas, ciegas
Aún creyendo toda la porquería
Llegó el momento
De ahogar y asfixiar

El tiempo lo permitió
El tiempo lo destruyó

La maldición de sus palabras
Provocan agonía y dolor
¡Malditas palabras!
Resuenan en mis oídos
En mis ojos, en mi boca
Abren la piel y la calcinan

El juramento selló las palabras
En este, mi infierno. 

jueves, 18 de febrero de 2010

Un par de fotos de Yolanda Oreamuno ¿inéditas?

Bueno... inéditas no sería el término, puesto que las estoy tomando de una publicación. Más precisamente del Joyel de Navidad (1933 - 1934). Editores Eduardo Castro S. y Eduardo Castro H. Impreso en La Tribuna San José. C.R. Este documento, especie de catálogo de ventas, fue encontrado por mi amigo Christian Rodríguez, quien sacó las fotos también. A él las gracias. El caso es que no sé si estas fotos se habrán difundido de alguna manera. Sea como sea, aquí están. Clic para verlas grandes.














Dada la fecha, la autora rondaba ya los 18 años. Esta es la Yolanda que escribió ¿Qué hora es?















Esta segunda foto me resulta intrigante porque no logro discernir si Yolanda es la de vestido o la que lleva ropa de hombre. ¿Alguien la distingue?

lunes, 15 de febrero de 2010

Aurenthal y la literatura maravillosa en Costa Rica

Este texto lo mandé al Áncora, palanqueado por un profesor de la UNA que se ofreció a ayudarme a publicarlo, y fue rechazado por referirse a "un libro que salió hace ya tiempo"... en fin, a quien interese: 

La literatura infantil suele ser relegada de los grandes círculos académicos por la creencia de que los únicos que pueden sacarle provecho son los niños. Más aún, se la considera algo así como un juego, como si fueran mentes infantiles las que la produjeran, y no personas de gran capacidad y preparación, en ocasiones los mismos académicos. Pienso en nombres como Carlos Rubio o Lara Ríos, y si vamos al pasado, Carlos Luis Sáenz y Carmen Lyra son ejemplos de suficiente peso como para llamar la atención de cualquiera. No obstante, también los menores han sorprendido en más de una ocasión al hermético mundo adulto, como fue el caso de Irene Guzmán Ferreto, que ganó el Primer Premio Embajada de España de Narrativa Infantil en el 2008, con su excelente novela Castillo Fantasía, al contar tan solo dieciséis años.

Así mismo, la fantasía es de inmediato asociada con esta literatura llamada “infantil”, tal vez porque en la vida adulta ya no hay espacio para lo que Todorov llamó lo maravilloso, o sea, esos mundos cuyas leyes naturales son diferentes a las del nuestro, por lo que permiten acontecimientos que, a nosotros, los lectores, nos parecen maravillosos. Curiosamente, lo fantástico, pensemos en Borges o en Cortázar, sí llama la atención de la gente “madura”, probablemente porque la irrupción de un hecho inexplicable en un mundo calcado al real no le resulta tan chocante.

En Costa Rica algo se ha hablado de la literatura fantástica nacional, pero no así de la maravillosa. Será porque se la considera infantil o no, no me interesa. Lo que me interesa es que hay una novela que, si bien tuvo su reconocimiento al ser publicada, con el tiempo ha ido cayendo en el olvido hasta convertirse en un objeto de colección para los bibliófilos que recorremos incansables las compraventas del país.

Luis Ricardo Rodríguez nació en San José en 1966. A los veinticinco años, un año después de egresar de la Facultad de Derecho de la UCR, publicó Aurenthal, una novela sobre dos niños que deben enfrentarse a la catástrofe ocasionada por un escritor frustrado que, en su afán por el éxito editorial, escribe una historia mediante fragmentos textuales extraídos de obras famosas. Las consecuencias: al extraer una cita y agregarla al nuevo texto, por un desequilibrio entre el tiempo literario y el real, la obra completa de un autor al azar desaparece de la historia y la memoria humanas.

Como lo hizo Michael Ende en La historia interminable doce años antes y como lo haría Cornelia Funke en la saga Mundo de tinta trece después, Rodríguez nos presenta una novela sobre novelas, o mejor dicho, sobre literatura. El mismo señor Howell, abuelo de uno de los protagonistas, lo sentencia casi al final del texto: “muchos libros tratan sobre historias y relatos. Pero si esta se escribiera alguna vez, sería lo contrario: un relato sobre libros”. Así, la obra se incluye en una tradición remontable hasta el mismísimo Quijote, la cual indaga en el propio terreno de la creación literaria. En la historia de Edgar Ardoni, el escritor frustrado que recurre a las obras consagradas para escribir la propia, se aprecia la experiencia de cualquier autor, quien en realidad recrea otros textos que ha leído en los que escribe. Es lo mismo que los niños, Steven y Gabriel, deben hacer para remediar el problema ocasionado por Ardoni: recurrir a todo su bagaje literario para escribir un nuevo texto.

La estructura de la novela muestra un proceso que, si bien no es único, no deja de sorprender y de resultar complejo. Tras el primer tercio de la novela, cuando los niños se disponen a continuar la historia que Ardoni dejó inconclusa, la obra comienza a alternar entre el relato de lo que hacen los niños y el que ellos mismos están escribiendo, de modo que el texto se vuelve dual y el lector asiste a la confluencia de ambas partes. Sin que la narración se vea truncada, los dos relatos se van desarrollando de modo que la lectura nunca pierde interés, y el lector se ve tan motivado a seguir la historia de los dos jóvenes como la de los héroes que ellos mismos están creando. Esta dualidad recuerda a la de La Historia Interminable, ya citada, donde Ende consigue el mismo efecto al mostrar tanto la historia de Bastián como la que Bastián lee.

La novela no solo resulta interesante de principio a fin, sino que, con el paso de las páginas, se convierte en un gran tributo a la lectura y a los libros, así como a la misma creación literaria. La frecuente mención de obras famosas de la literatura universal activa la curiosidad del lector, quien probablemente las buscará motivado por los personajes quienes, solapadamente, las recomiendan. Así, la obra termina siendo el inicio de una cadena literaria que se expandirá con cada nueva lectura. Y bien que la promoción de la lectura conviene mucho a una juventud como la nuestra, cada vez más alejada de este acto tan placentero y enriquecedor.

El complejo relato, que a pesar de serlo no llega a abrumar al lector de ninguna manera, evita la sobreestimación del lector infantil al que supuestamente se dirige la obra, lo que suma la ventaja de que así será atractiva para un público de cualquier edad. Las reflexiones sobre el equilibrio necesario entre el tiempo literario y el real son interesantes desde el punto de vista de la teoría literaria, así como las nociones de autor y narrador que el texto propone. Ya en un plano ético, la misión del escritor como un recreador de la realidad y un buscador de mundos posibles está también presente.

La literatura maravillosa infantil y juvenil, término que no acuño como definitivo ni mucho menos, es poco tomada en cuenta en nuestro medio y en cualquier otro, pero obras como Aurenthal llaman irresistiblemente la atención. Ojalá estas líneas sirvan para, además de crear interés por la novela, que su autor o su editorial nos den el gusto de una nueva edición, así como el de la publicación de su novela inédita. 

Aquí, otra reseña del libro, desde otra óptica, para la variedad de criterios:
http://heredia-costarica.zonalibre.org/archives/2009/09/luis-ricardo-rodriguez-vargas.html

Citas de Rodríguez, Luis Ricardo. Aurenthal. San José: Norma. 1991.