jueves, 9 de mayo de 2013

Iron Man 3 o todo es culpa de Christopher Nolan...

Soy más de DC que de Marvel. Con todo, Iron Man, Hulk, Capitán América y Thor son casi tan parte de mi infancia como Supermán, Batman y Robin, la Mujer Maravilla y demás miembros de los Súper Amigos. Además, en este momento, cualquier aficionado a las películas de súper héroes tiene que haber sido atrapado por una u otra de las taquilleras películas con que Marvel nos ha estado bombardeando.No todas me gustaron, pero Iron Man, Hulk y Los Vengadores sí me sacaron el menudo. Claro, no como las Batman de Christopher Nolan, pero sí me agradaron mucho. Ahora bien, la tercera Iron Man había despertado un gran interés en mí y de eso es que quiero hablar. Quien no haya visto la cinta, mejor no siga leyendo. Voy a contar mucho.

Comencemos con mis expectativas. El pesimismo dicta que es mejor no esperar nada, pues la esperanza se transforma facilmente en decepción. Comparto la postura, pero hay casos (muchos, la verdad) en que es imposible no esperar. Sobre todo con el cine de Hollywood, que mediante los llamados "trailers" (que yo diría que son ya una forma de arte audiovisual aparte) sabe llenarnos la cabeza de ideas sobre las películas venideras. El caso de Iron Man 3 fue especial para mí. Desde la primera Iron Man, la ausencia de El Mandarín me llamó la atención. No es que conozca mucho de los cómics del hombre de hierro, pero sí me tiré gran parte de la serie animada noventera, en la que el Mandarín era el villano por excelencia. Era el Guasón de Iron Man, por así decirlo. Pues bien, pasó una y pasó otra cinta y nada de Mandarín. En eso, un día veo en IMDB el anuncio de la futura tercera entrega. La sinopsis decía algo así: "Iron Man viaja a China para enfrentar a su archienemigo El Mandarín". Era muy poco, pero... pero... ¡EL MANDARÍN! ¡Por fin! Se habían guardado al villano más característico durante dos películas, pero por fin lo tendríamos. Poco a poco la información sobre la película fue aumentando y supimos más. Cuando se reveló que Ben Kingsley sería el actor, casi se me había olvidado que la idea original era que el personaje sería chino. En fin, con ese actorazo, había que esperar algo muy bueno. Cuando comenzaron a aparecer los pósters, la emoción no pudo más que crecer. Escogí intencionalmente la imagen para ilustrar esta entrada porque fue precisamente la que disparó mi ansiedad. El Mandarín, bien sentado y con el caso de Iron Man bajo el pie... y además, en los avances se veían las armaduras explotando, la casa de Stark siendo destruida, Pepper con un casco casi partido en la mano... Todo parecía indicar que veríamos algo así como The Iron Man Rises, puesto que, tal como le pasó a Batman, el acorazado se vería finalmente frente a un oponente que lo superaría en poder y lo llevaría al límite de su resistencia. Pues bien, con todo ese bagaje emocional me fui al cine a ver Iron Man 3.

Bueno, la cinta no me gustó. La trama me pareció más enredada de lo necesario y con un desarrollo de personajes muy mal realizado. El personaje de Stark se quiso llevar a un nuevo nivel, volviéndolo más emocional y atento, pero a mi criterio se fracasó miserablemente puesto que esto nunca resulta creíble. Los ataques de ansiedad, que se supone son consecuencia de los traumáticos eventos que el mae experimentó en Los Vengadores, son importantes solo en una sección de la cinta. Pronto los supera y, la verdad, tampoco es que alguna vez fueran tan importantes. La relación con Pepper nunca se termina de entender: ¿están mal, están bien, están más o menos? Parece que se trató de complicar las cosas entre ellos, pero al fin y al cabo nunca se percibe que haya un verdadero conflicto. Luego, lo de la obsesión de Tony con el trabajo tampoco se desarrolla adecuadamente: se supone que el mae tiene rato de no dormir y yo siempre lo vi despabilado, bien peinado, perfectamente capaz de cualquier cosa. La aparición del chiquito que lo ayuda tampoco me gustó. Resulta que a falta de armadura, Stark se puede hacer un montón de armas letales basándose en los juguetes del güila... ¬¬ Puña, yo sé que el mae es un ingeniero rajadísimo pero... pero... pero ajá. Además, el personaje del niño queda ahí, en el aire, simplemente como un paso más en la trama. Todo para que al final Tony le regale un montón de cosas.

Por momentos, algunos acontecimientos parecían chistes. Ejemplo: cuando Stark le revela a la prensa su dirección para que el Mandarín venga por él. O sea: ¿nadie sabía dónde vivía el multimillonario Tony Stark? ¿Nadie sabía donde estaba esa semejante mansión clavada en un acantilado? Hágame el favor. Segundo ejemplo: al final, Tony se somete a una operación para que le quiten el pedazo de perdigón que tiene en el pecho desde la primera película. Si el asunto era operable, ¿por qué entonces se hizo ese dispositivo que impedía que el metal le llegara al corazón? ¿Por qué no se había operado desde un principio? Ese acontecimiento me parecío tan increíblemente absurdo que pido a quienes lean esta entrada que me expliquen si fue que yo no entendí algo de las películas anteriores, puesto que me niego a creer que el asunto fuera tan fácil de resolver como una intervención quirúrgica y, en lugar de eso, el mae se haya metido ese chunche en el pecho. Y finalmente, el desenlace, en que el mae decide deshacerse de Iron Man para dedicarse a su relación amorosa también me decepcionó. No hay suficiente motivación ni desarrollo emocional de la pareja como para que el hecho tenga total sentido. Tal vez sea el niño que soy oponiéndose a que el héroe se deshaga de su poder en nombre del amor. Quién sabe. El caso es que no me gustó.

Ahora bien, lo peor: el Mandarín. Pues sí, lo que me tenía más ilusionado terminó siendo lo peor de la película. Porque resulta que el gran Mandarín, el archienemigo de Iron Man, el que según yo lo iba a llevar al límite, resultó ser solo la pantalla de otro villano. Era un actor al que vestían de amenaza medio oriental para sembrar el terror y ocultar a los verdaderos responsables de los atentados. Aclaro algo: la idea no es mala, sobre todo en la actualidad, cuando el terrorismo ha cobrado tanta importancia y está en el eje del imaginario gringo, pero ¿no podían haber evitado el uso de un personaje como el Mandarín? Creo que se tomaron tal libertad porque Iron Man y sus enemigos no son tan populares como otros personajes. Nadie haría algo así con el Guasón o con Lex Luthor, por citar dos ejemplos. Alguien me decía que hubiera sido ridículo que, en el universo realista y contemporáneo en que se ambienta Iron Man, apareciera el Mandarín clásico con sus diez anillos mágicos. No obstante, como le contestó otro compa, ese unvierso es el mismo en el que existe Thor. Y con todo, yo no pedía los anillos ni magia, con que el Mandarín hubiera sido una verdadera amenaza, un personaje sólido y real, yo me hubiera quedado callado. Pero lo que hicieron me parece inaceptable. Francamente, hasta me sentí estafado, luego de los pósters y los avances tan prometedores.

En fin, Iron Man 3 fue un taquillazo y se ganó a millones de personas. Probablemente muchos no vieron nunca la serie animada. O tal vez opinan como mi conocido, quien defendió el "realismo" del Mandarín. El caso es que yo sospecho que todo es culpa de Christopher Nolan, quien subió mucho, muchísimo, el nivel de las películas de súper héroes, por lo que después de su trilogía de Batman, todos los realizadores la tendrán muy difícil para convencernos. A mí, por lo menos.

jueves, 24 de mayo de 2012

Crónica de un título inesperado...




Heredia es campeón. Son tres palabras que todo herediano tenía atravesadas entre el pecho y la espalda desde hace demasiado tiempo, tragadas una y otra vez en tantas finales a las que el equipo llegó y perdió. Sin embargo, no más. Finalmente el campeonato se nos hizo y lo estamos celebrando. Curiosamente, dejándose de varas, el título llegó en el momento en que menos nos lo esperábamos. De eso quiero hablar. Y hay que empezar por el verdadero principio, en el Ricardo Saprissa.

Domingo 22 de abril de 2012, Ricardo Saprissa: Saprissa 1 - Herediano 3.

Muchos lo creyeron el último partido de Heredia en el campeonato. Yo entre ellos. ¿Qué más podía uno pensar? No dependía de nosotros. Indpendientemente de que la Liga había limpiado el piso con Pérez Zeledón, coronando así su vuelta (im)perfecta, Cartago la tenía servida ante un Limón que venía de ser destruido en Belén 7 goles a 0. El triunfo cartaginés paracía inevitable, así que, con humildad y realismo, me resigné a apoyar a mi equipo para que hiciera un buen papel en el siempre difícil estadio saprissista. La idea era "morir con las botas puestas". Y qué manera de ponérselas. La Flecha clavó el primero tras enganchar elegantemente. Colindres empató al puro principio del segundo tiempo. Cubero puso el segundo herediano adentro de cabeza y Cancela, tras una escapada del Mambo por la derecha, puso el definitivo 3 a 1. Ganarle a Saprissa nunca está de más. Hay rivalidad de por medio, hay picante por tratarse del equipo más (justamente) orgulloso del país, hay gusto de ganar de visita, y hay gusto por simplemente ganar, por supuesto. Sin embargo, había un desencanto palpable. Se resume en las palabras que soltó mi papá: ¿por qúe putas Heredia no jugó así desde el principio del campeonato? Ahora que ya no hay nada qué hacer sí le ponen ganas, manda güevo. Yo no podía estar más de acuerdo. Pero bueno, ahora tocaría ver la recta final del campeonato por la tele, desde la barrera, esperar el próximo campeonato a ver qué pasaba. Y con todo, la barra herediana, sumida en un rinconcito del Ricardo, empezaba a agitar banderas y brincar más alto. ¿Qué pasaba? Mi tata: ¡ponga el seis, ponga el seis! Y no era paja: Limón le ganaba a Cartago. Sumido en la celebración de los goles y en la resignación de que no importaba nada, para Heredia ya no había mañana, se me había olvidado el otro partido. Pasaba lo imposible: Cartago perdía el partido y, con ello, la posibilidad de clasificar. Y aunque la Liga se les iba encima por diferencia de goles, nada importaba ya: Heredia era el indiscutible cuarto lugar con 34 puntos. Heredia estaba en semifinales.

Sábado 28 de abril de 2012, Eladio Rosabal Cordero: Herediano 1 - Pérez Zeledón 1.

"De aquí en adelante todo es ganancia". Le comenté a mi papá una vez conseguido el boleto a semifinales. En relidad, Heredia se había colado a la fase final. Se le habían dado los resultados y, a pesar de la racha positiva que pasaba el equipo (no perdía desde que Odir Jaques asumió el puesto de entrenador), no parecía haber muchas posibilidades de pelear por el campeonato. Nos tocaba nada menos que el líder Pérez Zeledón en semifinales. Heredia cerraría todos sus partidos de visita, dada su posición en la tabla final, por debajo de todos los demás clasificados. Y llegó el primer partido. Heredia golpeó primero. Una jugada extraña frente al marco defendido por Adrián Delemos (algunos señalaron falta, otros mala salida del portero) terminó en gol de Enoch Pérez. Enoch. Qué hombre para pulsearla. Mi tata al principio del torneo no podía creer que siguiera en la plantilla, y tras aquel golazo que le hizo a Orión empezó a quererlo. No es un gran jugador, no tiene grandes recursos técnicos, pero le pone y en un futbol tan limitado como el nuestro eso valo mucho. Corrían apenas los siete minutos del primer tiempo. Teníamos tiempo para hacer más e irnos a Pérez tranquilos. Sin embargo, un juego desordenado y poco efectivo impidió que se generaran más opciones, lo cual PZ aprovechó para encajar el empate al 68 con un cabezazo de Roberto Wong. Y la verdad, como es costumbre, Moreira nos salvó más de una vez. A cerrar a Pérez. "Ahí se van" me dijo un compa al terminar el partido. Parecía inevitable. Y sin embargo, maldita Esperanza, aquí seguías viva. Había que ver qué pasaba.

Domingo 6 de mayo de 2012, Municipal de Pérez Zeledón. Pérez Zeledón 0 - Herediano 2.

Quien pensó en un partido definido se vio desengañado. Francamente, el PZ de todo el torneo se había perdido hacía rato. Derrotado por Santos, San Carlos y Alajuela, llegaba a semifinales gracias a la renta del resto del campeonato. Lo cierto es que en Heredia había sacado un buen resultado y un sólo gol podía ponerlos en la final. Sin embargo, las cosas fueron totalmente al revés. El primer tiempo fue cauteloso. Heredia se paró bien atrás y trató de presionar en la media. Pronto entendió que no tenía por qué encerrarse ni mucho menos. En el segundo tiempo se adelantaron las líneas y los goles cayeron. ¡Mambo, Mambo! ¿Quién lo iba a pensar? Un tiro suyo rebotó en el poste y fue adentro tras estrellarse en la cara de un defensa pezetero al 65. ¡Gol! ¡Gol! Heredia se estaba jalando la torta, era increíble pero estaba pasando, contra todo pronóstico se estaba ganando su boleto a la final y el colmo de la euforia fue al 80. ¿Quién? ¡El Mambo! En el centro de mi memoria apareció la imagen de un aficionado pezetero que, en el primer partido disputado entre nuestros equipos en la primera fase del torneo, le gritaba de todo al Mambo por su mal desempeño. Jamás volveré a verlo, es de esas personas que uno se encuentra una única vez en el estadio, pero ese segundo gol del Mambo se lo dediqué en mis adentros. Ahí tiene señor, el mismo del que usted y tantos se burlaron hoy rindió y de sobra. Heredia a la final contra el Santos que dejó fuera a Saprissa. Muchos dijeron que la teníamos ganada, pero no se podía cantar victoria. Los heredianos lo sabemos demasiado bien.

Sábado 12 de mayo de 2012, Eladio Rosabal Cordero. Herediano 4 - Santos 2.

Fue mi primera final en el estadio. La fiesta del futbol se desbordaba por la cuidad: cimarronas, mascaradas, camisetas, bailes, gritos, cornetas. Todo el mundo de rojiamarillo, todo el mundo con su ilusión viva a pesar de tantos años, de tantas derrotas dolorosísimas. Ese es el orgullo de ser herediano que nadie entiende y que quizá nunca entiendan. Poco importa: lo que se siente muy adentro no se puede explicar. Está ahí y se siente, eso es lo grande. No obstante, las reservas estaban presentes también. Muy en el fondo los heredianos temíamos otra decepción. Teníamos en frente a un equipo no tradicional, pero ya Liberia nos había enterrado años atrás en nuestro propio campo, con un rotundo 0 a 3 que jamás olvidaríamos. No, los heredianos conocemos muy bien la cautela, la reserva. Las ansias porque empezara el partido eran casi incontroblables. Y empezó. Llegadas. Llegadas. Llegadas. El Mambo, Chucky, La Flecha, Cancela, todo mundo llegaba pero no caía el gol. La gradería de sol sentía ya las piernas adoloridas de tanto levantarse y volverse a sentar, cuando cayó el gol del Santos. Silencio. ¿Qué más podía ocurrir? El estadio silenciado y el equipo entero del Santos, hasta el portero, fundido en un abrazo. ¿Cómo diablos? Pues sí, el Santos nos ganaba en nuestro patio. Así terminó el primer tiempo. Mi tata: ¿No quiere comer algo? Yo: No. Mi tata: Ni hambre le da a uno. En efecto. Ni hambre. 

Empezó el segundo tiempo y sólo tuvimos que esperar un minuto para desatar ese grito que se nos había ahogado todo el primer tiempo. ¡Cubero, el gran Cubero! Alma, vida y corazón heredianos fundidos en ese hombre, camiseta número 14, la misma que yo me fui a comprar días después de que perdiéramos el torneo anterior ante Alajuela por un penal que él mismo botó, por si a alguien le quedan dudas de que lo admiro. Gol, gol de Cubero. Un minutode juego, vamos Heredia, tiene que poderse, hay que sacudirse la historia y seguir adelante, ¡Vamos, vamos! Y tres minutos después, otra vez silencio. Mi mamá, liguista, dice que lloró al recibir mi mensaje de texto: "¡Qué hijueputa, no puede ser!". Cinco palabras que expresaban el desánimo de casi 19 años. Un estadio entero enfurecido, incapaz de contener tanta frustración, se comenzaba a descargar contra los jugadores, contra la administración, contra Dios, ¿cómo podía estarnos pasando de nuevo? No podía ser, no podía, otra vez no. Y no fue. Algo cambió esta vez. Algo desapareció de la mente del equipo y dejó el camino libre a la insipiración, al ánimo, al deseo de lucha. Cancela corre buscando una segunda bola por la derecha. De cabeza se la pone al mambo, apenas unos metros más allá de la media. El Mambo corre. Gira la cintura, se les escapa a los defensaas por la izquierda, se acomoda, dispara, adentro. ¡GOOOOOOL! El estadio entero una vez más ruge extasiado. Heredia empata, sigue vivo, no se deja, pero está apenas salvando el honor, la dignidad. Empatar en casa en una final es imperdonable, significa ir a cerrar de visita como si nada hubiera pasado, como lo habíamos hecho varias veces en las finales pasadas, en las que el mal resultado del primer partido simplemente se ratificaba en el segundo. Heredia carburó, le puso, Odir hizo cambios que parecían extraños. ¿Yosimar por Granados? Sí señor, movimiento de media cancha hacia arriba, distribución, toque de bola. Falta por la izquierda. Tiro libre. Para Cancela, obvio, pero estaba muy largo. Un centro efectivo, van Salazar y Montero a cabecear. Había que ir por ese partido. Cancela la pega. La bola se eleva, pasa sobre la barrera, sobre la piña de heredianos que buscan tocarla. Nadie lo hace, pero el portero la ve muy tarde. Se va para adentro. Ahora sí la locura. Heredia, tras ir perdiendo en dos ocasiones, se levanta. Es un hecho inédito en ¿cuánto? ¡En 19 años! Los mismos que tenemos sin ser campeones. Heredia ganando un partido de final luego de tanta adversidad. No es para menos, hay que gritarlo. Mi tata y yo nos abrazamos. Sentimos encima los abrazos de otros aficionados. Es una fiesta, de pronto no somos tan diferentes. A nadie le importa quién es al que tiene a la par, de dónde viene, si estudió, si tiene plata o no, si es mayor o menor, todos somos hermanos y estamos felices.

El cuarto gol fue para las lágrimas. Desde mi lejana ubicación tras el marco de Moreira pude ver cómo alguien (luego supe que Minor Díaz) recibiía una bola con estilo y la peleaba hasta después de que parecía perdida, la aseguraba, se la tocaba al Mambo... ¿cómo describir lo que se siente en ese momento? Es un grito inacabable, un orgasmo eterno que crece y crece y se sale del mundo, despega hacia el universo en una carrera indetenible. Mi tata lloraba, yo lloraba, ¿qué podía hacer uno? 4 a 2. Remontaba heroica dijeron los periódicos. No era para menos.

Sábado 19 de mayo de 2012. Ebal Rodríguez. Santos 1 - Herediano 2.

Es vara hablar de la celebración que se montó en Heredia tras el gane en la ida. Se criticó a la afición, se le tachó de triunfalista. No creo que sea justificado. Heredia tenía mucho qué celebrar. Ganaba su primer partido de final desde 1993. Si volvíamos a perder el campeonato, sería nuestra decepción. ¿Qué les importa? Era nuestro derecho y así lo vivimos. Al menos hasta que llegó el último partido. Quien diga que no estaba tenso miente con todos los dienttes. La angustia era obvia e inevitable. Yo no podía dejar de pensar en ver otro 3 - 0 en el marcador final que nos dejara otra vez vestidos y alborotados. A mitad de semana, en las semifinales del futbol mexicano el Santos había dejado fuera a Tigres. Yo ni siquiera le comenté a nadie la posible analogía para evitar la sal. El sábado fue un día lento. Las 7:00 p.m. parecían resistirse a llegar. Pero llegaron, y empezó el último partido. Lagos la tuvo clarísima. A este momento yo no sé cómo hizo Moreira para sacarle esa bola. Qué portero es ese hombre, con todo y que no es muy alto, qué reacciones de muchacho. Pero al árbitro se le ocurre un penal al 35. Oportunidad para el Santos de acercarse. Lagos tira. Moreira ¡Moreira! Sí, lo paró, pero era demasiado pedir que sacara el segundo remate. Lagos lo mandó adentro y recortó a 4-3 la diferencia general. Santos respiraba. Sin embargo, tal como en el partido anterior algo cambió en el equipo, algo cambió en mí a nivel personal. Ese gol no significó nada. Íbamos ganando, quedaba mucho partido. La derrota no me pareció clara con la primera dificultad. En ese momento entendí que era un herediano diferente. Se habló de fantasmas, de que Heredia se había sacudido los suyos en el partido anterior. Mi reacción con ese gol dejó claro que los míos propios se habían ido también. Y entonces Cancela. Maestro. Qué hombre para jugar. Sus pases son precisos, tiene gran manejo, corre, sus tiros parecen ir teledirigidos. Y esta no fue la excepción. La transmisión de canal 42 nos impidió verlo con claridad. Pero estaba adentro. Gol, GOl, GOOOOOOL. Abrazo con mi tata. Heredia seguía luchando, con vida, ahí estaba el capitán Cancela para confirmarlo. 5 a 3 en el global. Así terminó el primer tiempo.

El segundo fue un tiempo de manejo. La espuela herediana se hizo sentir. Se tocó la bola, se jugó con el tiempo. Hubo sustos, claro. Maytland pegó una en el tubo que parecía hecha. Pero el tiempo pasó y nada cambió. A falta de cinco minutos mi amigo Paulo empezó una cuenta regresiva: "cinco minutos; cuatro minutos". Le tuve que pedir que parara. La angustia era terrible. Teníamos el título, pero ¿sería capaz Santos de hacer dos goles en unos cuantos minutos? Ya ha pasado. Ya nos ha pasado. Hasta que no sonara el pito nadie se iba a creer nada. Falta por la izquierda. El Mambo la pone y cobra rápido. Los santistas están en otras. Heredia avanza y el propio Mambo la manda al fondo de la red. Una vez más la transmisión nos jugó una mala pasada. Los propios locutores casi no notan el gol. Pero de pronto el Mambo corriendo, el abrazo con Cancela y Oscar Rojas, se suma Cubero, llega Ramírez, minuto 92. Nada qué hacer. Santos movió y a los segundos sonó el pitazo. Heredia campeón. Si antes hubo lágrimas, nunca como entonces. La afición en la cancha, en las calles, en el país, porque nadie se imaginaba que éramos tantos. Pero sí, la afición herediana es grande, pero estaba guardada. Y es que ¿cómo nos pueden culpar de fríos tras casi 19 años sin títulos? Aquí se pagó toda la deuda, aquí salimos de donde estuviéramos. Campeones de nuevo. Y cuando menos lo esperábamos.

Problemas administrativos, atraso en salarios, renuncias a medio torneo. Heredia no sólo fue campeón. Sus jugadores le dieron una lección de vida al fútbol y a todos en general. Dejaron claro que el dinero puede quedar en segundo plano cuando se trata de ser profesional, de amar lo que se hace y darlo todo por el honor, por la felicidad de una afición que se tiene detrás. Ahora probablemente vengan problemas. Sotela sigue rehuyendo sus responsabilidades y con nada y nos quedamos sin jugadores para defender este título. Yo no los culparía. Fueron campeones y no se les quiere premiar adecuadamente. Es el colmo. Sotela dijo que los hechos hablan. Precisamente, un desastre en la planilla herediana puede cargar de verdad sus palabras. Pero lo cierto del caso es que somos campeones, que se logró el 22 que algunos tacharon de imposible. Nos levantamos cuantas veces fue necesario y Sotela no tuvo nada que ver con eso. Ni siquiera él pudo con el equipo Herediano.

viernes, 24 de febrero de 2012

El JuanPa a mejor película...

 Bueno, afortunadamente otra vez logré ver todas las nominadas a mejor película antes de la entrega, y aquí está mi lista, en orden ascendente:

9. Extremely loud & incredibly close: una cinta interesante pero que a ratos parece enredarse en su propia trama, la cual por cierto remite a una temática que se ha ido desgastando con el tiempo, sobre todo por la diversa atención mediática que no deja de prestársele. Entretenida sólo a ratos, un poco pasada de sentimental y con pocos personajes interesantes.

8. The artist: La producción y la ambientación son verdaderamente impecables, y resulta muy agradable ver un homenaje de este calibre a los orígenes del cine. Sin embargo, la historia no deja de ser sencilla y predecible, por lo que considero que el gran éxito de la película procede más de la curiosidad que despierta ver una película muda en estos tiempos.

7. The descendants: Una muy buena historia muy bien contada, con temática profundamente humana pero sin caer por ello en el sentimentalismo y el melodrama, con un uso magistral del humor y el dinamismo narrativo. Una película sencilla, con mucho enganche pero sin méritos exagerados. George Clooney se luce en una actuación emotiva pero sincera, llena de un realismo firme y humano.

6. Hugo: Otro homenaje al cine, con una historia muy bella y humana que conmueve y desata la imaginación. A nivel de producción es impecable, así como en el diseño de planos y de ambientes. No obstante, el guión a ratos se pone espeso y se estanca en escenas largas y tediosas que le quitan un poco de ritmo.

5. Moneyball: Un guión intenso y que consiguió escapar a la excesiva complejidad que su historia pudo haber significado, generando una película conmovedora y emocionante a la vez. La actuación de Brad Pitt es brillante y consigue crear un personaje memorable que se sostiene de principio a fin.

4. Midight in Paris: Una historia de amor propia de nuestra época, en la que el amor realmente sirve como telón de fondo a los diversos tipos de roces entre los personajes, que van desde la simple diferencia de gustos e intereses hasta la divergencia en la manera de ver el mundo. Excelente guión, que no se excede ni escatima en absolutamente nada, dejando puerta abierta a la imaginación y la nostalgia por los tiempos que fueron y las grandes figuras artísticas que la mítica París vio caminar por sus calles.

3. The help: Una película de gran intensidad emotiva, que retrata la durísima discriminación racial en el sur de Estados Unidos en los años 60, y los esfuerzos de una mujer por denunciarla con la ayuda de las propias empleadas domésticas negras que la sufrían. Los diversos hilos narrativos, que combinan la historia de las víctimas con las de los victimarios y con la de quien finalmente decide que no puede dejar que las cosas sigan como están, convierten la película en un intenso drama humano en que las historias se entrelazan y muestran como determinada situación los afecta a todos, como parte que son de una sociedad cruenta y discriminatoria. Excelentes actuaciones, por demás.

2. Warhorse: Spielberg lo logra otra vez con una película intensa, emocionante, conmovedora y épica por partes iguales. El guión resuma creatividad y dinamismo, contando no una ni dos sino muchas historias que asombran por la posibilidad narrativa que un solo elemento cambiando de contextos es capaz de generar. La producción se luce en las escenas bélicas, en la preparación de los caballos utilizados y en el manejo del color que en ciertas escenas llega a ser francamente deslumbrante. Aunque no es una historia desafiante o de ruptura, ¿quién dijo que una película sólo es buena si rompe esquemas? Lo cierto es que la elegancia y la precisión de la dirección de Spielberg se notan en cada cuadro, así como la genial estructuración de la trama. 

Y el JuanPa a mejor película es para...

1. The tree of life: Francamente creo que es la película más artísticamente realizada que he visto. El diseño de planos, el uso de la luz, el manejo de la cámara, las intensas secuencias no narrativas insertas en la historia, la estructuración de la trama, la cinematografía... todo resuma excelencia en esta película, que no se preocupa por forzar la coherencia del conjunto sino que deja la posibilidad de que quien ve configure y ensamble. Experimental y arriesgada, es una legítima obra con sello de autor, que convierte la experiencia cinematográfica en mucho más que una historia, incorporando las reacciones sensoriales de modo que se vuelve al cine en estado puro, o sea, imágenes en movimiento, llevadas a un nivel de pureza artística impresionante. Y con todo, la historia no deja de ser envolvente y de enganchar a cada momento, gracias a las excelente dirección de actores y el cuidado en el diseño de las secuencias. Una obra maestra.

Pues bien, esa es mi lista. Yo mismo me sorprendí al ver que The artist, que ha sido pronosticada por la mayoría como la ganadora de muchos de los premios, quedó tan atrás, pero la verdad es que esperaba mucho más de esa película, que a mi juicio no pasa de un bello y emotivo experimento. No obstante, dado el narcicismo nostálgico de la Academia, que los lleva a premiar lo que se destaca como homejane al cine y, muy especialmente, sus orígenes, mi pronóstico es también que esa película se llevará el máximo galardón de la noche. En lo personal, insisto, quisiera que se lo llevara The tree of life, pero lo veo difícil. Al menos esperaría que Malick obtuviera el reconocimiento a mejor director. De mejores actores y actrices aún no opino porque no he visto todas las películas que inlcuyen nominados y nominadas. Si lo logro, escribo otra entrada al respecto. De momento así estamos, vamos a ver qué pasa en el alfombrazo el domingo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Warren Ulloa. Bajo la lluvia Dios no existe...

Como se verá en adelante, decir algo objetivo sobre Bajo la lluvia Dios no existe me resulta ciertamente complicado y no tanto porque Warren sea un compa ya de años ni porque su novela sea la primera (y única) que he leído inédita, sino porque el impacto que causó en mí su lectura no fue para menos.

El hecho es el siguiente: en mis años de colegial, la literatura no era precisamente una de mis aficiones. Podría decirse que los únicos libros que disfruté (creo que también los únicos que terminé) fueron Crónica de una muerte anunciada y El viejo y el mar. Nótese la ausencia de literatura costarricense en la dupla. ¿La razón? La literatura costarricense se me hacía terriblemente aburrida y plana, por no decir que gravemente ajena. Lo que yo podía percibir a mi alrededor como realidad nacional no se parecía en nada a lo que los textos de Magón, Gagini, García Monge, Lyra y Calufa pintaban como tal y, aunque con los años de estudio he reconocido el valor y la trascendencia de estos autores, no se le podía pedir tanto a un adolescente que en lo último que quería invertir tiempo era en la lectura.

Cuando las cosas cambiaron y empecé a leer, mi relación con la literatura costarricense siguió siendo distante, asumo que por ese desfase cultural que había experimentado con mis lecturas de juventud. Fue cuando conocí a Yolanda Oreamuno que el horizonte se expandió y caí en la cuenta de los diversos caminos que, a partir de ella y de escritores posteriores como Alfonso Chase y Carmen Naranjo, era posible seguir en la narrativa nacional. Sin embargo, algo seguía faltando; aún no había sentido que aquel mundo narrado fuera el mío, éste desde donde leo y vivo el día a día.

Bajo la lluvia Dios no existe es la primera obra literaria en que la sensación de pertenencia e identificación ha sido, para mí, absoluta. Principalmente, el logro es a nivel lingüístico. El habla coloquial costarricense de las más recientes generaciones no había sido retratado con tanta fidelidad, con todos sus giros, anglicismos, obscenidades, mezclas de formas de tratamiento y hasta imperfecciones sintácticas, antes de esta novela. Es tal el desenfado del lenguaje que es imposible no soltar la risa ante expresiones como “estoy sacando clavos con el culo” o “comé mucha mierda”, utilizadas en momentos tan precisos que la gracia no proviene de la presencia misma de la frase, sino del hecho de que es justo lo que uno hubiera dicho en un contexto como el planteado. Si bien hay quien pudiera decir que un habla tan autóctona dificultaría la lectura fuera de las fronteras nacionales, hay que tomar en cuenta que son muchos los años que tenemos leyendo a españoles, gringos y argentinos que no escatiman al recurrir a sus gilipollas, fucks y ches, sin que nadie les pida cuentas ni glosarios al respecto. Evidentemente hablamos de centros culturales canonizados desde siempre, pero esa no es razón para que costarrica no busque el reconocimiento de sus variantes lingüísticas.

El logro de la novela, más que transgredir la doble moral que caracteriza a la sociedad costarricense desde siempre (el cual es, de hecho, un gran logro), es obligar a quien lee a reconocer que ese es su mundo, sin eufemismos ni disimulos. Transgredir por el sólo hecho de hacerlo es simple, en realidad, pero la novela de Ulloa saca roncha por la sinceridad con que se desarrolla, por el innegable empuje humano que se percibe detrás de cada página, lo cual nos confirma que hay mucho más en nosotros mismos que aquello que estamos dispuestos a reconocer frente a los demás y frente a nosotros mismos. La libertad con que el sexo es abordado, llamando picha a la picha, panocha a la panocha y leche a la leche, como tanto se oye y se dice a diario, es un buen ejemplo de esa transparencia que, a pesar de su honestidad, no conviene a la mayoría puesto que vivimos bajo el axioma “hay un lugar y momento para todo”, como si por cambiar de situación cada quien dejara de ser quien es y la “adecuación” de conducta no fuera simplemente otra forma de la hipocresía, tan necesaria en una sociedad confesional, mojigata e intolerante como la costarricense.

Y hablando de costarrica, el retrato de la juventud de clase media-alta josefina es ciertamente fidedigno a la situación contemporánea. Tanto las costumbres (borracheras, mejengas, fiestas, masturbación, chat, drogas, sexo) que los jóvenes de hoy suelen practicar, como las subculturas (metaleros, hipsters, electrónicos, emos) con las que se identifican están presentes en el relato, con todas las particularidades que las diferencian y el hecho que las une a todas como expresión de una misma circunstancia: la búsqueda desesperada de los jóvenes por una identidad, a través de un medio que brinda muchas opciones que terminan siendo poco más que una forma de vestir y un género musical que oír.

Bernal y Mabe, dos jóvenes provenientes de familias disfuncionales que a punta de plata pretenden encausar la existencia de sus hijos, se abren paso a través de un mundo que les pone al alcance de la mano todo tipo de sedantes, desde drogas hasta ipods, pasando por la poesía y la comida chatarra, con los cuales aislarse del mundo y vivir la ilusión de la existencia hedonista y autosuficiente de la sociedad de consumo. Ellos viven el día a día, “la vida loca”, sentencia Mabe citando a Ricky Martin, como si no hubiera mañana porque, precisamente, ¿qué importa el mañana? ¿Para qué ocuparse de futuros cuando el único presente está, por un lado, solucionado con los recursos económicos inagotables que proveen mami o papi y, por otro, convulsionado por el vacío existencial generado en la misma familia? Porque los mayores no escapan a la evasión sistemática y crónica: don Lorenzo, padre de Bernal, sueña con ser parte de la Federación de Fútbol para viajar por el mundo y ojalá ocupar un puesto en la mismísima FIFA; doña Ofelia, madre de Mabe, se fue de cabeza en la religiosidad alternativa del new age; y para terminar de hacerla, Fabiola, madre de Bernal, y Agustín, padre de Mabe, se casan en un intento por rehacer sus vidas, aunque la de Agustín está ya tan envuelta en líos legales y crímenes que es difícilmente rescatable.

En medio de este caos identitario, donde la moral se diluye en un vórtice de motivaciones y circunstancias, aún es inevitable encariñarse con los personajes, quienes recorren un “paseo hacia el abismo”, como lo cataloga el propio Bernal, del cual quisiera uno olvidarse para añorar un final feliz, un desenlace que pusiera las cosas en su sitio y castigara a los malos y premiara a los buenos. Pero es que la realidad que la novela pone en evidencia no deja claro cuál es ese sitio donde deberían estar las cosas, mucho menos quiénes son los malos a castigar y los buenos a premiar. El descarnado contrasentido de la sociedad actual se manifiesta con toda su destructividad en el final del texto, un final horrendo, indeseable, inesperado incluso, un final ante el que uno se siente impotente, privado de toda posibilidad de encontrar justicia o siquiera piedad, y, para colmo, con la clara sensación de que en realidad no había mucho más que esperar desde un principio, cuando se anunció que las cosas no iban para otro lugar que el “abismo”. El lector, no por inconformidad estética, sino ética, no querrá que sea cierto. Pero lo será, porque costarrica vive bajo la lluvia y bajo la lluvia Dios (con mayúscula) no existe.

En un aspecto formal, la novela no es perfecta, ni mucho menos. Hay ciertos errores en la trama (como aquel famoso del Quijote en que a Sancho le roban el asno y un par de capítulos después aparece bien montado en él), problemas de redacción e inconsistencias sintácticas (de las que a veces es difícil saber hasta qué punto son errores o recursos), a lo cual no contribuye una edición francamente descuidada, en la que es normal encontrar palabras que se repiten (incluso hay una línea por ahí que se repite completa) y uno que otro dedazo; este problema en la edición no es exclusivo de Uruk, sino que hasta en una editorial estatal como es la EUNED los errores están a la orden del día. Definitivamente las editoriales tienen que poner más atención a estos detalles, que deberían ser fundamentales a la hora de publicar textos escritos.

Más allá de imperfecciones y posibles correcciones, Bajo la lluvia Dios no existe es una novela como la literatura costarricense la estaba pidiendo a gritos y no sólo por su construcción lingüística. Es una novela sincera, directa, sin miedo pero aterradora, que hurga en lo profundo de una conciencia nacional basada en la negación y el disimulo demostrando que, como dijo Milan Kundera, es mucha la mierda que circula bajo las calles, mientras arriba todo el mundo trata de olvidarse de que existe. Es una novela que jamás se contará entre las lecturas obligatorias del M.E.P. (Mantenimiento de Estupidez Popular), pero que bien serviría para que los jóvenes de un país como este, en el que el asesinato de una directora a manos de un estudiante ya no es un hecho inédito, reconocieran ese medio hostil que los espera en la calle, si no es que lo están viviendo ya en la (in)comodidad de sus hogares.

domingo, 31 de julio de 2011

Balas perdidas (cuento original)


Al final todo pasa tan rápido que cuesta acordarse del momento preciso, aunque ese instante en realidad nunca termina de pasar. Algunos detalles se pierden con el tiempo. Se olvidan las caras, la distribución de los impactos, las poses aberrantes del fusilado cuando cae. Pero el cimbronazo del fusil al detonar, el rojo espumoso de la sangre, la muerte que sale del gatillo para abrasar la carne del condenado… Eso se le impregna a uno en las manos, en los ojos, en los oídos. Y las cosas cimbran, y sangran. Cada portazo es un polvorazo del fusil, y cada botella es una herida abierta que llena el vaso de sangre y cada sombra es un cuerpo cayendo a tierra.

La tradición exige un rifle con balas de salva. Traen al reo amarrado. Le vendan los ojos. Lo privan de nuestras caras para que no se distraiga de la cara de la Muerte. Lo colocan frente al paredón. Parece tranquilo, parado frente a la pared, cargado con la culpa de haber caído en manos del bando contrario en una guerra que no entiende. Su cuerpo se enfrenta a cinco balas reales y una imaginaria. Cinco que lo matarán y una que nos permitirá restarle un peso a la conciencia.

El sargento toma posición. Levanta un brazo. Cuando lo baje con violencia, el estruendo será terrible y el hombre caerá a tierra a desangrarse. El sargento mantiene el brazo en alto en un segundo eterno durante el que me da tiempo de pensar en el juego que jugamos. Todos sentirán el cimbronazo, pero yo creeré que soy el que no disparó,  el piadoso hombre cuyo mérito depende del azar; yo jugaré a ser ese hombre, como juega el niño a la guerra con una espada de madera, como juegan los actores y los cantantes en las óperas, como jugamos todos en el gran teatro del mundo a que somos uno y somos muchos, como jugamos a ser el que nos mira de vuelta en el espejo, aunque no sepamos nada de ese mundo invertido desde donde nos mira.

El brazo del sargento resulta más bien una pluma mecida por el viento. Nosotros no disparamos. Nadie dispara. Al final todos son inocentes. Seis rifles disparan salvas, pero el reo igual cae baleado y la tierra lo recibe sedienta.

Los seis nos miramos. La tradición nos premia con la duda a través de la certeza de que sólo cinco rifles dispararon. Cualquiera puede ser el sexto, cuyo rifle no hizo más que sonar. Sin hablar (¿qué se puede decir, si cada uno se cree poseedor de una dicha negada a los demás?), abandonamos el cadáver. Más tarde alguien se lo llevará sin fijarse en los seis hoyos de bala que ninguno de nosotros vio ni provocó.

domingo, 10 de julio de 2011

Lo que dije el ocho, develando la placa de Y.O.


Este fue el discurso que me eché en el acto de develación de la placa de Yolanda Oreamuno, el ocho de julio de 2011, a 55 de su muerte. Ahí por si alguien quiere leerlo.


Soy un lector de Yolanda Oreamuno. Hace cinco o seis años vi al profesor Alfonso Chase hablando en la tele sobre una escritora costarricense. En esos tiempos yo era un aprendiz de lector que creía que la literatura costarricense sólo ofrecía campesinos ingenuos y demás muestras de un folclor que, por más que me esforzara, no podía relacionar con mi entorno, con lo que mi tiempo me había dado para llamarle Costa Rica. Hoy sigo siendo un aprendiz de lector, pero uno que sabe que la literatura nacional tiene para dar muchísimo más que lo que Magón, Aquileo y otros olímpicos nos pretendieron legar.

La admiración con la que el profesor Chase hablaba de la escritora despertó mi curiosidad, por lo que en cuanto pude pregunté en una comprayventa por sus textos. Encontré los Relatos Escogidos y me aseguraron que en unos días recibirían algunos ejemplares de su novela. En ese momento no había una sola reedición reciente de La ruta de su evasión. La que conseguí era una modesta de EDUCA, verde, con el retrato de Margarita Berthau en la portada. A la semana, tras concluir la lectura, yo tenía claro que iba a ser difícil encontrar una novela costarricense que superara a aquella. Hasta la fecha, no lo he logrado.

Con los años aprendí más sobre ella, sobre su obra y su vida. Me llené la cabeza de los miles de disparates que se cuentan sobre su vida, las mentiras, las anécdotas. Leí sus ensayos, la manera en que criticaba a su sociedad, a lo que el tiempo le dio para llamarle Costa Rica, que curiosamente, no se diferenciaba tanto de lo que me había dado a mí. Por supuesto, releí varias veces su novela y la admiración no hizo más que crecer. Ese sentimiento fue el que me trajo a este cementerio hace más de año y medio, con la intención de conocer su tumba. Ese sentimiento fue el que no me permitió dejarla como la encontré, sin una marca que indicara que ahí yacía ella, la que escribió La ruta de su evasión.

Hoy finalmente se lleva a cabo mi cometido, pero el rescate de Yolanda Oreamuno debe ir muchísimo más allá de ponerle una placa a su tumba. Lo que cuenta es que se lea su obra, que se discuta, que se analice y se critique, puesto que ese es su legado, lo que nunca morirá de ella. Sus restos yacen bajo tierra como lo harán los de cualquiera, pero lo que la diferencia es esa obra viva, hermosa, vigente y profunda que nos toca mantener con vida.

De Yolanda se dice mucho, pero no todo es pertinente. Hay que luchar en contra de su mito, del aura de misterio y morbo con que algunos la envuelven. Si era bonita o no, si tuvo las medidas de miss universo o si la secuestraron cuando era joven… son trivialidades que deberían languidecer ante la fuerza de sus textos y el enorme provecho que aún podemos sacar de ellos como país, como sociedad y como comunidad literaria.
Atentos observadores han descubierto rasgos negativos en sus páginas, como un sonado racismo que se ha señalado en varias ocasiones. Yo mismo podría acotar que en sus cartas se nota una innegable arrogancia, pero es que ¿quién ha dicho que Yolanda era perfecta? No hay que perder de vista que tratamos con un ser humano, no con una diosa, ni siquiera con un ángel, como decía su amiga Eunice. Un ser humano extraordinario, sí, pero propenso a equivocarse como cualquiera de nosotros.

Ante esta iniciativa surgieron ciertas críticas, sobre todo dirigidas a la familia de don Sergio Barahona. Se habló de que tuvieron a Yolanda en el olvido hasta que “alguien de afuera”, como me llamaron, alzó la voz para hacer algo. Yo me pregunto si esos críticos se sentirán tan lejanos de Yolanda como para no haber hecho nada por su cuenta en todos estos años y ejercer ahora el derecho a señalar culpas. A Yolanda nos la hemos apropiado sus lectores, los que nos jactamos ahora de decir que es una escritora “costarricense” y la incluimos en cursos de literatura nacional, soslayando que ella misma renegó de su nacionalidad. La responsabilidad por su abandono recae antes en nosotros, sus lectores, que en su familia directa.
El tema de la nacionalidad me llevó a considerar muchas veces seguir con este asunto. ¿Le hubiera gustado a Yolanda un homenaje como este, en tierras costarricenses? Es probable que no, pero es seguro que en Guatemala o en México, países que ella terminó amando, su reconocimiento nunca hubiera llegado. De una forma u otra, es aquí donde yacen sus restos, es aquí donde se reeditan sus obras y es aquí donde, como lo comprueba esta concurrencia, se le quiere y se le recuerda.

Los ticos, que presumimos de trabajadores, nos caracterizamos por mover un dedo únicamente cuando es estrictamente necesario, en una muestra de desapego y pereza sólo explicable remontándonos a los orígenes de la nación, cuya independencia llegó sobre una mula sin que nadie la pidiera ni mucho menos la deseara. Sin embargo, el hecho de encontrarnos hoy aquí, haciendo lo que estamos haciendo, da a entender que lo único que falta para que las cosas pasen es ponerse a hacerlas. Ni siquiera un golpe tan bajo como la negación de ayuda del Ministerio de Cultura consiguió evitar que lleváramos a buen término esta iniciativa que empecé sólo y que termino en compañía de todos ustedes. En particular, quisiera resaltar el apoyo incondicional de varias personas: Warren Ulloa, el primero que me escuchó despotricar respecto al abandono en que estaba la tumba y en ofrecerme su ayuda para difundir la idea de restaurarla; Evelyn Ugalde, quien desde que la conocí hasta el día de hoy siempre me preguntó cómo iban las cosas y se puso a mi completa disposición; Alexánder Obando, Gustavo Solórzano, Juan Murillo y Guillermo Barquero, amigos escritores a quienes contacté en primer lugar buscando apoyo, el cual me brindaron junto con ciertas observaciones y consejos; Dora Araya, Natasha Herrera e Irina Calvo, amigas que me contactaron interesadas en colaborar; Alfredo González, a quien me une la admiración desmedida por Yolanda, cuyo aporte para localizar a los dueños originales de la fosa fue determinante; Mónica List, quien me ayudó a llegar ante el ministro de cultura para exponerle la iniciativa, la cual ella abrazó como propia; Eugenio García, quien no dudó en apoyarme sinceramente; Dino Starcevic, quien impulsó la faceta final de la lucha con su arte gráfico tan oportuno y creativo; Sofi Vindas, del colectivo de historia del arte 8 y ½, que me dio espacio para narrar la aventura; Amanda Rodríguez y Kryssia Ortega, por sus oportunos espacios radiales que ayudaron a difundir la intención;  Lorna Chacón por conseguir, mediante el Museo Nacional y el CENAC, el respaldo técnico a esta actividad; y, muy especialmente,  Sergio y Ana Barahona, gracias a quienes hoy, luego de un año y medio de lucha, puedo decir que la tumba de Yolanda Oreamuno ya no se encuentra en el abandono.

viernes, 3 de junio de 2011

Cumpliendo con Yolanda


Y bueno, más de un año después de iniciado el alboroto respecto al abandono de la tumba de Yolanda Oreamuno, la cual carece de cualquier señalización que indique que ahí yace la escritora, por fin vemos venir el final del camino. Luego de muchas penurias (para leer una crónica al respecto, clic AQUÍ), finalmente la iniciativa para señalar adecuadamente el lugar de descanso de la gran figura de las letras nacionales está por concretarse.

El próximo 8 de julio (55 aniversario del fallecimiento de Yolanda), a eso de las diez de la mañana (hora exacta por confirmar), estaremos develando la placa en el Cementerio General de San José. Esperamos tener varias actividades y contar con la presencia de ciertas personalidades literarias y culturales del país. Próximamente estaré dando más información tanto a través de este blog como del grupo de Facebook Literofilia, el cual dirige el escritor Warren Ulloa (AQUÍ para entrar al grupo).

Muchas gracias a todos los que desde un principio se mostraron dispuestos a ayudarme, a los que dejaron un comentario en la entrada original, a los que eran desconocidos y terminaron siendo mis amigos gracias a la admiración compartida por Yolanda, en fin, a todos los que tuvieron que ver de alguna manera. Encontrémonos el 8 de julio en el cementerio con una flor blanca para llenar el lugar de flores