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domingo, 10 de julio de 2011

Lo que dije el ocho, develando la placa de Y.O.


Este fue el discurso que me eché en el acto de develación de la placa de Yolanda Oreamuno, el ocho de julio de 2011, a 55 de su muerte. Ahí por si alguien quiere leerlo.


Soy un lector de Yolanda Oreamuno. Hace cinco o seis años vi al profesor Alfonso Chase hablando en la tele sobre una escritora costarricense. En esos tiempos yo era un aprendiz de lector que creía que la literatura costarricense sólo ofrecía campesinos ingenuos y demás muestras de un folclor que, por más que me esforzara, no podía relacionar con mi entorno, con lo que mi tiempo me había dado para llamarle Costa Rica. Hoy sigo siendo un aprendiz de lector, pero uno que sabe que la literatura nacional tiene para dar muchísimo más que lo que Magón, Aquileo y otros olímpicos nos pretendieron legar.

La admiración con la que el profesor Chase hablaba de la escritora despertó mi curiosidad, por lo que en cuanto pude pregunté en una comprayventa por sus textos. Encontré los Relatos Escogidos y me aseguraron que en unos días recibirían algunos ejemplares de su novela. En ese momento no había una sola reedición reciente de La ruta de su evasión. La que conseguí era una modesta de EDUCA, verde, con el retrato de Margarita Berthau en la portada. A la semana, tras concluir la lectura, yo tenía claro que iba a ser difícil encontrar una novela costarricense que superara a aquella. Hasta la fecha, no lo he logrado.

Con los años aprendí más sobre ella, sobre su obra y su vida. Me llené la cabeza de los miles de disparates que se cuentan sobre su vida, las mentiras, las anécdotas. Leí sus ensayos, la manera en que criticaba a su sociedad, a lo que el tiempo le dio para llamarle Costa Rica, que curiosamente, no se diferenciaba tanto de lo que me había dado a mí. Por supuesto, releí varias veces su novela y la admiración no hizo más que crecer. Ese sentimiento fue el que me trajo a este cementerio hace más de año y medio, con la intención de conocer su tumba. Ese sentimiento fue el que no me permitió dejarla como la encontré, sin una marca que indicara que ahí yacía ella, la que escribió La ruta de su evasión.

Hoy finalmente se lleva a cabo mi cometido, pero el rescate de Yolanda Oreamuno debe ir muchísimo más allá de ponerle una placa a su tumba. Lo que cuenta es que se lea su obra, que se discuta, que se analice y se critique, puesto que ese es su legado, lo que nunca morirá de ella. Sus restos yacen bajo tierra como lo harán los de cualquiera, pero lo que la diferencia es esa obra viva, hermosa, vigente y profunda que nos toca mantener con vida.

De Yolanda se dice mucho, pero no todo es pertinente. Hay que luchar en contra de su mito, del aura de misterio y morbo con que algunos la envuelven. Si era bonita o no, si tuvo las medidas de miss universo o si la secuestraron cuando era joven… son trivialidades que deberían languidecer ante la fuerza de sus textos y el enorme provecho que aún podemos sacar de ellos como país, como sociedad y como comunidad literaria.
Atentos observadores han descubierto rasgos negativos en sus páginas, como un sonado racismo que se ha señalado en varias ocasiones. Yo mismo podría acotar que en sus cartas se nota una innegable arrogancia, pero es que ¿quién ha dicho que Yolanda era perfecta? No hay que perder de vista que tratamos con un ser humano, no con una diosa, ni siquiera con un ángel, como decía su amiga Eunice. Un ser humano extraordinario, sí, pero propenso a equivocarse como cualquiera de nosotros.

Ante esta iniciativa surgieron ciertas críticas, sobre todo dirigidas a la familia de don Sergio Barahona. Se habló de que tuvieron a Yolanda en el olvido hasta que “alguien de afuera”, como me llamaron, alzó la voz para hacer algo. Yo me pregunto si esos críticos se sentirán tan lejanos de Yolanda como para no haber hecho nada por su cuenta en todos estos años y ejercer ahora el derecho a señalar culpas. A Yolanda nos la hemos apropiado sus lectores, los que nos jactamos ahora de decir que es una escritora “costarricense” y la incluimos en cursos de literatura nacional, soslayando que ella misma renegó de su nacionalidad. La responsabilidad por su abandono recae antes en nosotros, sus lectores, que en su familia directa.
El tema de la nacionalidad me llevó a considerar muchas veces seguir con este asunto. ¿Le hubiera gustado a Yolanda un homenaje como este, en tierras costarricenses? Es probable que no, pero es seguro que en Guatemala o en México, países que ella terminó amando, su reconocimiento nunca hubiera llegado. De una forma u otra, es aquí donde yacen sus restos, es aquí donde se reeditan sus obras y es aquí donde, como lo comprueba esta concurrencia, se le quiere y se le recuerda.

Los ticos, que presumimos de trabajadores, nos caracterizamos por mover un dedo únicamente cuando es estrictamente necesario, en una muestra de desapego y pereza sólo explicable remontándonos a los orígenes de la nación, cuya independencia llegó sobre una mula sin que nadie la pidiera ni mucho menos la deseara. Sin embargo, el hecho de encontrarnos hoy aquí, haciendo lo que estamos haciendo, da a entender que lo único que falta para que las cosas pasen es ponerse a hacerlas. Ni siquiera un golpe tan bajo como la negación de ayuda del Ministerio de Cultura consiguió evitar que lleváramos a buen término esta iniciativa que empecé sólo y que termino en compañía de todos ustedes. En particular, quisiera resaltar el apoyo incondicional de varias personas: Warren Ulloa, el primero que me escuchó despotricar respecto al abandono en que estaba la tumba y en ofrecerme su ayuda para difundir la idea de restaurarla; Evelyn Ugalde, quien desde que la conocí hasta el día de hoy siempre me preguntó cómo iban las cosas y se puso a mi completa disposición; Alexánder Obando, Gustavo Solórzano, Juan Murillo y Guillermo Barquero, amigos escritores a quienes contacté en primer lugar buscando apoyo, el cual me brindaron junto con ciertas observaciones y consejos; Dora Araya, Natasha Herrera e Irina Calvo, amigas que me contactaron interesadas en colaborar; Alfredo González, a quien me une la admiración desmedida por Yolanda, cuyo aporte para localizar a los dueños originales de la fosa fue determinante; Mónica List, quien me ayudó a llegar ante el ministro de cultura para exponerle la iniciativa, la cual ella abrazó como propia; Eugenio García, quien no dudó en apoyarme sinceramente; Dino Starcevic, quien impulsó la faceta final de la lucha con su arte gráfico tan oportuno y creativo; Sofi Vindas, del colectivo de historia del arte 8 y ½, que me dio espacio para narrar la aventura; Amanda Rodríguez y Kryssia Ortega, por sus oportunos espacios radiales que ayudaron a difundir la intención;  Lorna Chacón por conseguir, mediante el Museo Nacional y el CENAC, el respaldo técnico a esta actividad; y, muy especialmente,  Sergio y Ana Barahona, gracias a quienes hoy, luego de un año y medio de lucha, puedo decir que la tumba de Yolanda Oreamuno ya no se encuentra en el abandono.

viernes, 3 de junio de 2011

Cumpliendo con Yolanda


Y bueno, más de un año después de iniciado el alboroto respecto al abandono de la tumba de Yolanda Oreamuno, la cual carece de cualquier señalización que indique que ahí yace la escritora, por fin vemos venir el final del camino. Luego de muchas penurias (para leer una crónica al respecto, clic AQUÍ), finalmente la iniciativa para señalar adecuadamente el lugar de descanso de la gran figura de las letras nacionales está por concretarse.

El próximo 8 de julio (55 aniversario del fallecimiento de Yolanda), a eso de las diez de la mañana (hora exacta por confirmar), estaremos develando la placa en el Cementerio General de San José. Esperamos tener varias actividades y contar con la presencia de ciertas personalidades literarias y culturales del país. Próximamente estaré dando más información tanto a través de este blog como del grupo de Facebook Literofilia, el cual dirige el escritor Warren Ulloa (AQUÍ para entrar al grupo).

Muchas gracias a todos los que desde un principio se mostraron dispuestos a ayudarme, a los que dejaron un comentario en la entrada original, a los que eran desconocidos y terminaron siendo mis amigos gracias a la admiración compartida por Yolanda, en fin, a todos los que tuvieron que ver de alguna manera. Encontrémonos el 8 de julio en el cementerio con una flor blanca para llenar el lugar de flores

lunes, 17 de mayo de 2010

Este año, la Muerte los prefiere metaleros


















La imagen, alegre y lúdica, no necesariamente expresa lo que siento. Sin embargo, es apropiada. Esa centinela nuestra, que nos vigila siempre desde las esquinas de sus cuencas oculares con su perenne sonrisa llena de arrogancia y burla, se ha creído la muy metalera y anda asaltando escenarios, robándose grandes voces y dejando en su lugar los inaudibles acordes de su guadarra.

Hace poco más de un mes (14 de abril), fue Peter Steele, el genial cantante y bajista de la banda neoyorquina Type O'negative.

Peter Steele. 1962-2010.


Se acabó su profunda y grave voz, así como su humor autodespectivo y sus canciones críticas e irreverentes. La Muerte, a la que tanto le cantó, vino a reclamarle sus derechos de imagen. ¿Qué nos dejó? Varios de los discos más influyentes de la historia del gothic metal, ni más ni menos.

Y ahora (16 de mayo), le tocó el turno a Ronnie James Dio, cantante de las importantísimas bandas Rainbow y Black Sabbath, sin contar su larga carrera como solista.


                                              
















Ronnie James Dio. 1942-2010.


De Dio me es difícil hablar objetivamente, por lo tanto no lo haré. Dio representa para mí la más grande voz del heavy metal, simple y sencillamente. Influencia directa y notable en otros grandes (Mats Leven, por decir alguno), su legado consiste en la definición del cantante del género . A los 68 años, Dio seguía activo y en gran forma. La cancelación de la gira de verano de Heaven and hell (nombre que se le dio al Black Sabbath con Dio para diferenciarlo del de Ozzy), era solo un preludio a la tragedia. De esta no nos vamos a recuperar. Hay grandes, pero como DIOs, ninguno.

Para hacerles honor, una muestra del talento de cada uno. Primero, Black no.1, de Type O'negative.



Ahora, el evangelio según Black Sabbath. Heaven and hell, en vivo.



Duro golpe para todos, definitivamente. Larga vida a la memoria de estos dos grandes. Personas como ellos nunca van a morir, por más que nos duela haber perdido sus presencias.


Dio, con su clásica seña de los cuernos.                                                                                   Peter en plena acción, con su bajo verdinegro.

jueves, 18 de febrero de 2010

Un par de fotos de Yolanda Oreamuno ¿inéditas?

Bueno... inéditas no sería el término, puesto que las estoy tomando de una publicación. Más precisamente del Joyel de Navidad (1933 - 1934). Editores Eduardo Castro S. y Eduardo Castro H. Impreso en La Tribuna San José. C.R. Este documento, especie de catálogo de ventas, fue encontrado por mi amigo Christian Rodríguez, quien sacó las fotos también. A él las gracias. El caso es que no sé si estas fotos se habrán difundido de alguna manera. Sea como sea, aquí están. Clic para verlas grandes.














Dada la fecha, la autora rondaba ya los 18 años. Esta es la Yolanda que escribió ¿Qué hora es?















Esta segunda foto me resulta intrigante porque no logro discernir si Yolanda es la de vestido o la que lleva ropa de hombre. ¿Alguien la distingue?

lunes, 18 de enero de 2010

La tumba de Yolanda Oreamuno en el abandono (iniciativa para sarvarla del mismo)



ATENCIÓN: Esta entrada se trata de un proyecto que inicié hace más de año y medio para colocar una placa en la tumba de Yolanda Oreamuno. Sin embargo, este proyecto está a punto de concretarse. Para más información, dar clic aquí para una nota actualizada. La petición de colaboración económica ya no es válida, aclaro. Gracias.

Yolanda Oreamuno murió en México el 8 de julio de 1956, a los cuarenta años.  Se había ido de Costa Rica, harta de se le tratara de convertir en una suerte de leyenda  acabada cuando aún tenía mucho por vivir y por hacer: "Les dejo la leyenda para que se distraigan, pero me vengo yo" (1947). Su búsqueda por un lugar dónde echar raíces la llevó a México en 1951. Cinco años después la enterraron en esa tumba de la imagen donde, como dice la leyenda del recuadro, "ni una lápida con su nombre" indicaba quien yacía debajo.

Leyendo por ahí supe que en 1961, por iniciativa de algunos colegas y de Olga Bededictis de Echandi, sus restos fueron trasladados a Costa Rica, al Cementerio General de San José. El pasado lunes 11 de enero fui con una amiga al cementerio con la intención de visitar la tumba. Como la búsqueda se nos dificultaba, acudimos a la oficina a pedir información. El encargado nos imprimió un informe y un empleado del cementerio nos ayudó a ubicar la tumba mediante el número de propiedad (729, según el informe que nos dieron). Lo que no nos esperábamos era que la única manera de indentificar la tumba sería precisamente ese número de propiedad...


 


Clic en las imágenes para verlas en tamaño completo.

  ... puesto que no existe ninguna placa, letrero ni nada que indique que ese es el lugar de descanso de la escritora.

Yolanda dejó Costa Rica con la intención de desarraigarse completamente del país: "Deseo que nunca se me incluya en nada que tenga que ver con Costa Rica y que mi nombre no figure en ninguna lista de escritores ticos..." le escribió a García Monge en una carta de 1948. Si esa era su voluntad, no creo que la idea de traer sus restos a suelo nacional hubiera sido de su agrado, máxime si era para sepultarla no solo en lo profundo de la tierra, sino en lo más profundo aún del olvido. Dijo una vez Alfonso Chase que en este país "a uno vivo lo agarran a patadas y después de muerto le levantan una estatua". A Yolanda, aunque le han erigido un par de monumentos (UCR, Teatro Nacional), no le dieron el mínimo reconocimiento de una placa con su nombre.
 
Yolanda no se consideraba una escritora tica, pero bien que en las unviersidades la seguimos estudiando como parte de los cursos de literatura costarricense. Es fácilmente comprensible cuando una novela tan excepcional como La ruta de su evasión salió de su pluma. El caso es que me parece una injusticia atroz que la tumba de esta gran escritora esté sumida en tal anonimato.

Esta entrada tiene como finalidad promover una inciativa para pagarle a hacer a Yolanda una placa como ella se la merece. El problema es que el trabajo puede salir caro (creo que algo de verdad bonito podría rondar los cien mil colones) por lo que quisiera solicitar la ayuda de cualquiera que pase por aquí. Siento que el legado de Yolanda (una de las mejores novelas escritas por una tica (o un tico), la definitiva ruptura de la literatuca costarricense con el folklorismo, etc) es de gran importancia para todos los escritores nacionales, por lo que no estaría de más colaborar para hacer realidad el proyecto. Si alguien está interesado, me puede dejar un comentario aquí o escribirme a jppmorales@gmail.com para ponernos de acuerdo. No tengo ninguna intención de recibir dinero ni de dirigir el proyecto de alguna manera, por aquello.

La imagen de la tumba en México la tomé de A lo largo del corto camino, ECR, 1961 y las citas textuales de Relatos escogidos, ECR, 1977.