1880. Afirmó Émile Zola, en su ensayo La novela experimental, que la literatura debía regirse mediante los mismos parámetros de las ciencias naturales. La obra literaria sería una suerte de laboratorio en el que el autor experimentaría con sus personajes, exponiéndolos a diversas situaciones y observando cómo se desarrollaban los acontecimientos. De esta manera se planteaba Zola la posibilidad de obtener conocimientos objetivos de la condición humana a partir del arte literario.
1984. Año orwelliano. El naturalismo quedó atrás hace mucho y, a pesar de tanta profecía fatalista, la novela se mantiene en la cúspide de los géneros literarios. El boom latinoamericano gritó al mundo que por estas latitudes también se hacía literatura de trascendencia universal y García Márquez se consolidó con el premio Nobel de literatura hace tan solo dos años. Cortázar se fue en febrero. A Borges le quedan dos años. En Francia, Milan Kundera, de 55 años, publica La insoportable levedad del ser.
Escuché el nombre de Kundera por primera vez por una profesora, quien me habló precisamente de La insoportable levedad. Me extrañó que fuera un escritor famoso al que nunca hubiera escuchado mencionar. Una prueba más de la implacable ignorancia en que, por más que me esfuerce por evitarlo, termino navegando siempre. Por lo que me dijeron, entendí que era un autor existencialista. Investigué y descubrí el año de publicación de la novela mencionada. Un poco tarde para ser existencialista. En efecto, aunque la novela contiene muchos temas de esta corriente (la angustia ante la vida, la incomunicación, la vida como un absurdo, etc), es mucho más que otra de sus exponentes.
El logro de Kundera se me hace técnico. Sin haber leído demasiado a Zola ni a otros naturalistas, me parece que La insoportable levedad es una exitosa aplicación del principio de la literatura como ciencia experimental. Me explico:
En La insoportable levedad, la trama y los personajes parecen a veces meras excusas para el desarrollo y la ejemplificación de ideas. El mismo narrador aclara enfáticamente, en el primer capítulo de la segunda parte, que aquello que el lector contempla no es un hecho real: “Sería estúpido que el autor tratase de convencer al lector de que sus personajes están realmente vivos. No nacieron del cuerpo de sus madres, sino de una o dos frases sugerentes o de una situación básica” (p. 45*). De hecho, los dos capítulos iniciales de la primera parte desconcertarían a un lector que esperase una típica introducción al mundo narrado: en lugar de eso, lo primero que uno se topa es una disertación sobre el concepto del eterno retorno y la consecuencia que sobre la historia humana tendría que este no fuera real (posición que parece ser la del narrador). Así, de entrada el texto no parece una novela, sino que se acerca más al género del ensayo, el más apropiado para la divulgación científica.
No obstante, en el tercer capítulo aparece ya un nombre: “Pienso en Tomás desde hace años, pero no había logrado verlo con claridad hasta que me lo iluminó esta reflexión. Lo vi de pie junto a la ventana de su piso…” (p. 12). Aunque la mención del personaje desata la carga novelesca, esta no se da en forma de una definición absoluta: más que señalar dónde está el personaje, qué hace, cómo es, el narrador se limita a decir que piensa en él y que lo vio de pie, junto a la ventana de su piso. Tomás es un pensamiento, una visión del narrador, no la pretensión de un ente real y concreto.
La historia del mujeriego que de pronto, gracias a seis casualidades, se ve unido a una mujer fija es un medio mediante el cual se nos presenta una serie de reflexiones de todo tipo (existenciales, sociales, políticas, metafísicas, amorosas…) que se comprueban en los acontecimientos de la trama. Tomás, aunque se casa con Teresa, no deja nunca a sus amantes y el narrador reflexiona sobre los tipos de mujeriego: “Unos buscan en todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer. Los segundos son impulsados por el deseo de apoderarse de la infinita variedad del mundo objetivo de la mujer” (p. 210). Así, el desarrollo de la trama da pie a la reflexión y cada vez es más difícil dilucidar cuál está sometida a cuál. En algunos fragmentos es difícil incluso mantener la distancia entre narrador y autor: “todas esas situaciones las he conocido y las he vivido yo mismo, sin embargo de ninguna de ellas surgió un personaje como el que soy yo, con mi currículum vitae. Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron” (p. 232). ¿El narrador habla del autor? ¿El autor se entromete en la narración? ¿Nunca hubo narrador, sino que estamos frente a un extraña criatura a medio camino entre la novela y el intento de novelización de un tratado filosófico? Buenas preguntas.
Kundera pone en práctica el principio naturalista creando situaciones verosímiles que muestren la validez de sus ideas. Experimenta con sus personajes, ubicándolos en contextos cotidianos y realistas (cuando no históricos) que terminan por arrojar las más crudas reflexiones sobre la realidad: “La historia es igual de leve que una vida humana singular, insoportablemente leve, leve como una pluma, como el polvo que flota, como aquello que mañana ya no existirá” (p. 234).
Y la novela no es solo eso: también es una intricada historia de amor entre varios personajes de intensísima humanidad, así como un documento de la violencia de las revoluciones e invasiones de Europa oriental y, lo más meritorio, un libro que se lee con gran placer, a pesar de la gran profundidad del contenido que alberga. No hace falta complicarse para escribir sobre asuntos complicados. Quien logra ese equilibro es definitivamente un gran escritor.
* Las citas fueron tomadas de Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. México: Tusquets editores. 2008.
1 comentarios:
De pequeño leía a Mark Twain y a Julio Verne, entre muchos otros títulos infantiles o juveniles de diversa índole. Fue a los 18 años, en la universidad, que escuché de mis amigos, con apenas uno o cuatro años mas de experiencia, nombres como Kundera o Süskind, muy populares en ese tiempo.
Leí varios libros de Kundera, y me gustaron bastante. Luego empecé a aburrirme, y me dije: es un muy buen autor que no soporta relecturas. Dejé pasar el tiempo.
No lo he releído (y "La insoportable..." tampoco), pero el año pasado le entré a "La inmortalidad", y me encotnré de neuvo con un excelente escritor, con una lograda fluidez al trabajar sus novelas de forma ensayística, histórica o autobigoráfica, si se quiere, con tintes filosóficos y una gran sutileza.
Saludos
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