jueves, 7 de enero de 2010

...produce monstruos (cuento original)


En el gravado más famoso de Goya, aparece un tipo dormido rodeado de criaturas nocturnas. Abajo, una inscripción: El sueño de la razón produce monstruos.


Pero si es así me pregunto qué estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente.

Cortázar, El Río.



Comenzó a soñar con ella cuando todavía estaba con K. Reprimía las sensaciones porque, hasta en sueños, sentía la urgencia de la fidelidad. Creía firmemente que con K. sería “hasta que la muerte nos separe”. Por eso, ni en sueños aceptaba otro cuerpo que no fuera el suyo.  Y es que si de algo estaba seguro era de que ese bulto que se apretaba contra él en la cama, aunque era definitivamente humano, no era K.

Nunca hubo imágenes. Comenzaba con una molestia mientras dormía. Un bulto le crecía en el costado izquierdo, contra las costillas. No oprimía, solo aplicaba una presión ligera, como para hacerse notar. La sensación crecía, como revelándose poco a poco, independizándose, hasta convertirse en la certeza de que un cuerpo extraño se acercaba todo lo posible, como buscando calor. Hasta entonces la conciencia no lo había recuperado del todo, pero la noción de que no estaba solo en la cama lo despabiló. Alguien se había acurrucado sobre su pecho y su brazo izquierdo rodeaba la espalda ajena. Sentía un leve olor a morado, a violeta, tal vez (nunca he olido una violeta, creo que él tampoco, pero el olor parecía morado). La primera vez se asustó y abrió los ojos de inmediato. A su izquierda no había nada más que la cobija hecha arrugas. Entonces lo había soñado. Se admiró: nunca había sentido olores en un sueño. Pensó que tal vez el olor de K. se habría quedado amarrado a la almohada y se habría colado en su inconsciencia. Consumió la cara entre la funda y en efecto el olor de K. estaba ahí, pero no era morado. Era verde muy claro, como los ojos de K. Se pasó la mano por la cara y miró a su alrededor. La luna dializaba a través de la ventana. El cuarto, como siempre, muy tele y ropero pero más biblioteca y computadora, discos, zapatos estacionados y guitarra muda bien cerca de la cama, como para dormir acompañado.

Se volvió a dormir. Unas noches después, todavía era novio de K., otra vez el bulto en el costado. Se dio cuenta desde el principio, cuando era solo una presión ingenua en las costillas. Curioso, la dejó terminar de gestarse. Se sintió como un feto gemelo en un útero de oscuridad (o en la oscuridad de un útero) que esperara a que su hermana se concretara. Percibió el olor morado, ahora tan fuerte que lo gustó también con la lengua. Quiso que se condensara, que se convirtiera en un algodón de azúcar morado para arrancarlo de un mordisco y sentirlo deshacerse en la lengua. Pero inhalaba el aire y tenía que exhalarlo indefectiblemente. Se le escapaba de la lengua por la nariz, convertido en esa respiración regular que le aseguraba que seguía dormido. Ahora, era otra vez ella entera, la de la otra noche, la nada corpórea que se le metía entre el pecho y el brazo. Apretó el abrazo y sintió como ella se estrujaba más contra él. Hundió un poco los dedos en su piel desnuda. Vio en un recuerdo los ojos de K. y abrió los suyos. Por un momento creyó sentir el olor morado, pero para cuando lo pensó ya se lo había ventilado la vigilia. Se sentó. K. no había ido ese día, por lo que ni siquiera se preocupó por resquicios fragantes en la ropa de cama. Se miró la mano izquierda y pensó con miedo que esa era la que la había tocado. Se levantó, no sin cierta culpabilidad exagerada por el enamoramiento, y fue al baño a lavarse la cara. Se acostó. Tocó con el dedo el mi de la guitarra y se dejó caer en las ondas concéntricas que abría el sonido en la noche.

La tercera vez fue pura mala suerte. Estaba decidido a pasar la noche en vela, llorando por K., que ya no le dejaría el olor en la almohada ni le grabaría el recuerdo de sus ojos con miradas cinceladas. Pero las lágrimas le inundaron el cráneo y la oscuridad del cuarto le cayó encima. Entonces otra vez presión en el costado, gestación asexuada y conciencia absoluta de un cuerpo a la par. No la deseó. El olor lo tentaba como una manzana morada pero la rabia y el despecho no daban cabida a sustituir a K. Todavía no. No estrechó el abrazo, pero se quedó ahí, con ella, sintiéndola existir, dejando que el brazo, la nariz y la lengua le fecundaran el cerebro. Pero el oído se unió a la emisión y fue mucho para él. No tuvo muy claro qué fue. Tal vez el roce de la piel sobre la cobija o el soplo caliente de un suspiro. No supo, pero oyó algo que ni él ni todo el traquear nocturno de su cuarto habían producido. Abrió los ojos. Movió el brazo, que permanecía arqueado, con la forma de ella, y solo abrazó la cobija. Se sentó y estuvo por asustarse de verdad, pero el vacío le volvió a crecer en el estómago cuando se acordó de K. Se dejó caer y terminó de desvelarse.

Pasaron los meses. Se fue olvidando de K. Nunca por completo, porque siempre le quedó en el cielo de la boca la idea de que no tenía que haber sido como fue. Pero así había sido y ya solo quedaba hacerse el tonto, seguir como si hubiera una razón para hacerlo, porque a la larga tal vez la razón aparecía, pero ojalá no fuera ni una K. ni una P. ni mucho menos una H. intercalada. Ojalá fueran alegrías que no necesitaran letras para ser, alegrías sin nombre, de esas que solo uno mismo ve frente a sí, que solo uno mismo siente, porque son de Uno. De Uno, y no de dos.

Una noche se acostó temprano. No tenía nada qué hacer en la mañana, pero había que reponer el sueño invertido en la semana. Otra vez como la primera vez, sintió el bulto en el costado pero no se percató de lo que pasaba hasta que era otra vez una hermana de oscuridad ocupando el espacio a su lado, en la cama. Consciente, pero sin abrir los ojos, recordó con nostalgia que la había conocido cuando aún estaba con K., pero no se dejó recaer en un dolor reciclado. K. ya no era nadie, era otro cadáver de los que se pudren en el poema de Alonso y que no sabía ni cómo estaba él ni qué había hecho. No sabía que por fin había tocado el Sueño en la floresta de Mangoré en el jardín norte de la UES, frente a la Facultad de Música y que habían sido él y su guitarra, nada más, sin ninguna K. viendo ni oyendo, sin ninguna K. pareciendo y no siendo.

Esperó el olor morado, y llegó el olor morado. Esperó el sabor morado y llegó el sabor morado. Esperó el sonido negro de la cobija o de lo que fuera y llegó el sonido negro de la cobija o de lo que fuera. Movió el brazo y sintió su espalda, tan suave, tan desnuda, tan de mujer y se acordó de las veces anteriores en que había dormido con ella. Nunca la había tocado más, no sabía cómo eran sus pechos (era una mujer, estaba seguro) o si tenía el pelo largo, primero porque K. y luego porque K. ya no, pero ahora K. ni sí ni no. Recordó que se había despertado siempre al abrir los ojos. Era un sueño al fin y al cabo, ¿qué importa un incesto de oscuridad, si es un incesto soñado? Se acordó del grabado más famoso de Goya, pero no se pudo acordar de la inscripción que acompañaba el dibujo.

Levantó el brazo y le metió la mano entre el pelo. Sintió las hebras como de nube y notó que el olor morado se intensificaba. Le salía del pelo. Pensó que de seguro tenía el pelo morado y quiso creer que al tocarle el resto del cuerpo deduciría también el color de su piel. Se estiró para prepararse y con la uña del dedo índice rozó las dos cuerdas más graves de la guitarra. La disonancia se le metió entre el pelo y le desinfló el sueño como si hubiera estallado una bomba. Abrió los ojos de súbito y notó que, como la primera vez, había luna. Pero no se atrevió a quitar la mirada del techo, porque en el costado sentía la misma presión, en la nariz y la lengua el mismo olor morado y en los oídos el mismo rumor del roce de la cobija de hacía unos segundos y porque de golpe se había acordado de la inscripción del grabado de Goya y aquello solo podía ser un monstruo que se había venido del sueño con él.


a K.P.V.A.

2 comentarios:

Warren/Literófilo dijo...

Llamativo este texto, hay que dejar mandurandolo para que crezca fuerte.

Alexánder Obando dijo...

Me ha gustado mucho. Es un cuento de notable fuerza sensorial y el final es totalmente redondo.

Trataría, sin embargo, de intercalar uno que otro pronombre para reducir levemente la abundancia de "K".

Respecto a los dos paréntesis, el segundo es más afortunado que el primero, pero me queda una leve sensación a retruécano que no me calza del todo en el texto.

También trabajaría un poco la palabra "morado". Siento que es todo lo importante que la has hecho en el texto, pero quizá alternarla con algún sinónimo no estaría mal de vez en cuando.

Finalmente, no sé si el epígrafe sobre el grabado de Goya sea tan importante, dada la fama de ese trabajo.

Es un cuento muy completo. Yo que vos lo circulo y trabajo un poco más, pero ya es un cuento de primera.