lunes, 22 de febrero de 2010

Primeros versos













Gente, este poema es de una amiga que está dando sus primeros pasos en la poesía. Pide crítica, sugerencias, observaciones, de todo. Les dejo el enlace a su blog, que ya cuenta con algunos textos, para que contribuyan a la causa de una joven poeta que comienza a andar su camino. Pura vida.


Palabras

Recorrí pasos aleatorios
Ví mi vida pasar por mis ojos
Alguien se cruzó en mi camino
Me devolvió significados apasionados

Una implacable necesidad
De regalarme palabras de peso
Un deseo incontenible
Que no podría retener más

Mi corazón latió rigurosamente
Quizo salirse de su lugar
Y él adivinó sus movimientos
Recordamos otros momentos

Pidió compañía,
Para su desolada alma proclamó
Con la amplitud de sus fuerzas
Y la profundidad de las mías

El tiempo que la razón permitió
Rosas florecieron y murieron
Abrieron puertas y cerraron puertas
Secas, con sus espinas puntiagudas
Hablaron sobre el futuro

Promesas banales intercambiamos
Promesas típicas, ciegas
Aún creyendo toda la porquería
Llegó el momento
De ahogar y asfixiar

El tiempo lo permitió
El tiempo lo destruyó

La maldición de sus palabras
Provocan agonía y dolor
¡Malditas palabras!
Resuenan en mis oídos
En mis ojos, en mi boca
Abren la piel y la calcinan

El juramento selló las palabras
En este, mi infierno. 

jueves, 18 de febrero de 2010

Un par de fotos de Yolanda Oreamuno ¿inéditas?

Bueno... inéditas no sería el término, puesto que las estoy tomando de una publicación. Más precisamente del Joyel de Navidad (1933 - 1934). Editores Eduardo Castro S. y Eduardo Castro H. Impreso en La Tribuna San José. C.R. Este documento, especie de catálogo de ventas, fue encontrado por mi amigo Christian Rodríguez, quien sacó las fotos también. A él las gracias. El caso es que no sé si estas fotos se habrán difundido de alguna manera. Sea como sea, aquí están. Clic para verlas grandes.














Dada la fecha, la autora rondaba ya los 18 años. Esta es la Yolanda que escribió ¿Qué hora es?















Esta segunda foto me resulta intrigante porque no logro discernir si Yolanda es la de vestido o la que lleva ropa de hombre. ¿Alguien la distingue?

lunes, 15 de febrero de 2010

Aurenthal y la literatura maravillosa en Costa Rica

Este texto lo mandé al Áncora, palanqueado por un profesor de la UNA que se ofreció a ayudarme a publicarlo, y fue rechazado por referirse a "un libro que salió hace ya tiempo"... en fin, a quien interese: 

La literatura infantil suele ser relegada de los grandes círculos académicos por la creencia de que los únicos que pueden sacarle provecho son los niños. Más aún, se la considera algo así como un juego, como si fueran mentes infantiles las que la produjeran, y no personas de gran capacidad y preparación, en ocasiones los mismos académicos. Pienso en nombres como Carlos Rubio o Lara Ríos, y si vamos al pasado, Carlos Luis Sáenz y Carmen Lyra son ejemplos de suficiente peso como para llamar la atención de cualquiera. No obstante, también los menores han sorprendido en más de una ocasión al hermético mundo adulto, como fue el caso de Irene Guzmán Ferreto, que ganó el Primer Premio Embajada de España de Narrativa Infantil en el 2008, con su excelente novela Castillo Fantasía, al contar tan solo dieciséis años.

Así mismo, la fantasía es de inmediato asociada con esta literatura llamada “infantil”, tal vez porque en la vida adulta ya no hay espacio para lo que Todorov llamó lo maravilloso, o sea, esos mundos cuyas leyes naturales son diferentes a las del nuestro, por lo que permiten acontecimientos que, a nosotros, los lectores, nos parecen maravillosos. Curiosamente, lo fantástico, pensemos en Borges o en Cortázar, sí llama la atención de la gente “madura”, probablemente porque la irrupción de un hecho inexplicable en un mundo calcado al real no le resulta tan chocante.

En Costa Rica algo se ha hablado de la literatura fantástica nacional, pero no así de la maravillosa. Será porque se la considera infantil o no, no me interesa. Lo que me interesa es que hay una novela que, si bien tuvo su reconocimiento al ser publicada, con el tiempo ha ido cayendo en el olvido hasta convertirse en un objeto de colección para los bibliófilos que recorremos incansables las compraventas del país.

Luis Ricardo Rodríguez nació en San José en 1966. A los veinticinco años, un año después de egresar de la Facultad de Derecho de la UCR, publicó Aurenthal, una novela sobre dos niños que deben enfrentarse a la catástrofe ocasionada por un escritor frustrado que, en su afán por el éxito editorial, escribe una historia mediante fragmentos textuales extraídos de obras famosas. Las consecuencias: al extraer una cita y agregarla al nuevo texto, por un desequilibrio entre el tiempo literario y el real, la obra completa de un autor al azar desaparece de la historia y la memoria humanas.

Como lo hizo Michael Ende en La historia interminable doce años antes y como lo haría Cornelia Funke en la saga Mundo de tinta trece después, Rodríguez nos presenta una novela sobre novelas, o mejor dicho, sobre literatura. El mismo señor Howell, abuelo de uno de los protagonistas, lo sentencia casi al final del texto: “muchos libros tratan sobre historias y relatos. Pero si esta se escribiera alguna vez, sería lo contrario: un relato sobre libros”. Así, la obra se incluye en una tradición remontable hasta el mismísimo Quijote, la cual indaga en el propio terreno de la creación literaria. En la historia de Edgar Ardoni, el escritor frustrado que recurre a las obras consagradas para escribir la propia, se aprecia la experiencia de cualquier autor, quien en realidad recrea otros textos que ha leído en los que escribe. Es lo mismo que los niños, Steven y Gabriel, deben hacer para remediar el problema ocasionado por Ardoni: recurrir a todo su bagaje literario para escribir un nuevo texto.

La estructura de la novela muestra un proceso que, si bien no es único, no deja de sorprender y de resultar complejo. Tras el primer tercio de la novela, cuando los niños se disponen a continuar la historia que Ardoni dejó inconclusa, la obra comienza a alternar entre el relato de lo que hacen los niños y el que ellos mismos están escribiendo, de modo que el texto se vuelve dual y el lector asiste a la confluencia de ambas partes. Sin que la narración se vea truncada, los dos relatos se van desarrollando de modo que la lectura nunca pierde interés, y el lector se ve tan motivado a seguir la historia de los dos jóvenes como la de los héroes que ellos mismos están creando. Esta dualidad recuerda a la de La Historia Interminable, ya citada, donde Ende consigue el mismo efecto al mostrar tanto la historia de Bastián como la que Bastián lee.

La novela no solo resulta interesante de principio a fin, sino que, con el paso de las páginas, se convierte en un gran tributo a la lectura y a los libros, así como a la misma creación literaria. La frecuente mención de obras famosas de la literatura universal activa la curiosidad del lector, quien probablemente las buscará motivado por los personajes quienes, solapadamente, las recomiendan. Así, la obra termina siendo el inicio de una cadena literaria que se expandirá con cada nueva lectura. Y bien que la promoción de la lectura conviene mucho a una juventud como la nuestra, cada vez más alejada de este acto tan placentero y enriquecedor.

El complejo relato, que a pesar de serlo no llega a abrumar al lector de ninguna manera, evita la sobreestimación del lector infantil al que supuestamente se dirige la obra, lo que suma la ventaja de que así será atractiva para un público de cualquier edad. Las reflexiones sobre el equilibrio necesario entre el tiempo literario y el real son interesantes desde el punto de vista de la teoría literaria, así como las nociones de autor y narrador que el texto propone. Ya en un plano ético, la misión del escritor como un recreador de la realidad y un buscador de mundos posibles está también presente.

La literatura maravillosa infantil y juvenil, término que no acuño como definitivo ni mucho menos, es poco tomada en cuenta en nuestro medio y en cualquier otro, pero obras como Aurenthal llaman irresistiblemente la atención. Ojalá estas líneas sirvan para, además de crear interés por la novela, que su autor o su editorial nos den el gusto de una nueva edición, así como el de la publicación de su novela inédita. 

Aquí, otra reseña del libro, desde otra óptica, para la variedad de criterios:
http://heredia-costarica.zonalibre.org/archives/2009/09/luis-ricardo-rodriguez-vargas.html

Citas de Rodríguez, Luis Ricardo. Aurenthal. San José: Norma. 1991.

viernes, 5 de febrero de 2010

Más política.

Un par de expresiones públicas respecto a las elecciones y enlaces de interés para quien esté indeciso o aún crea en las encuestas (también para reirse). Ambas fotos cerca de la UCR.


















Sobre las encuestas:

http://davidcruzjimenez.blogspot.com/2010/02/esto-es-para-no-creerle-las-encuestas.html

Humor literario... jeje:

http://elmasviolentoparaiso.blogspot.com/2010/02/si-nuestros-politicos-fuesen-escritores.html

Reflexión sobre el proceso, así como una buena colección de enlaces sobre el tema:

http://asterion9.blogspot.com/2010/02/puede-ser-otra-costa-rica.html


¡A votar Costa Rica!

martes, 2 de febrero de 2010

El analfabeta político (o votemos el 7 de febrero)



"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina,  del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales".
Bertolt Brecht


No seamos analfabetas políticos, vayamos a votar. Todo el mundo tiene boca  (y culo) para cagarse después en la administración de turno, pero no el valor para ejercer el voto y asumir la responsabilidad cívica que este hecho representa. No nos refugiemos en excusas como "es que no hay por quien" o "yo no creo en la democracia". Hay muchos excépticos, ácratas, desengañados, anarquistas y demás, pero solo de palabra. No se ven revoluciones ni propuestas alternas. El que se opone al régimen no busca salidas, sino que sigue inmerso en él, supuestamente contradiciéndolo y negándolo, pero sin tomar acción, como jactándose de que es muy de izquierda.

Aquí no se practica la verdadera democracia, es un hecho. Se ha impuesto un régimen con el único objetivo de beneficiar a unos pocos, enriquecer más al que ya es rico y mantener una versión oficial no tan catastrófica, apoyada principalmente en la comparación con los demás países del área. Con el cuentito de que no estamos tan mal como los vecinos nos dejan en un grave estancamiento económico, social y cultural. Ser "los menos malos" no es necesariamente ser buenos, ya lo sabemos.

Pero Abstenerse de votar es contribuir al estancamiento. La escasez de votantes disminuirá a la larga las nuevas propuestas electorales, puesto que la principal motivación para alguien con intenciones de cambio es la posiblidad de resultar electo. Durante mucho tiempo vimos partidos minoritarios condenados al fracaso ante el dominio vipartidista del PLN y el PUSC, pero el PAC hace cuatro años demostró que sí era  posible que una nueva opción luchara por la presidencia, y aquí estamos ahora, con tres partidos disputándola (claro que el Movimiento Libertario es más una amenaza que una esperanza, pero si ellos pudieron meterse en la contienda cualquiera puede).

No importa por quién, pero votemos. Eso sí, tampoco basemos nuestra decisión en liviandades como que tal o cual ya no tiene chance. Si creemos en alguien démosle nuestra adhesión, es mejor ser fiel a las propias creencias que apoyar a alguien que no nos simpatiza del todo solo porque tiene más posiblidades, como si se tratara de una apuesta. Tampoco creamos en las encuestas oficiales y comerciales. En la UCR se han realizado encuestas que desmienten fuertemente las de Cid Gallup, Unimer, Borge y asociados, etc (para ver algunas, entrar aquí y aquí).

En fin, jale a votar y votemos bien, informados, no seamos analfabetas políticos ni nos caguemos después en lo macheteado cuando ni siquiera agarramos el machete.

domingo, 31 de enero de 2010

Considerando en frío, imparcialmente...

 

Con el permiso de César Vallejo, ¡ejem!, uso su verso para titular esta (espero) corta reflexión. Cito a Carlos Morales (ver cita completa aquí):

"Bueno, ya yo voy como por las relecturas, ¿verdad? Los nuevos –como decía Sábato– espero a que sean clásicos para leerlos..."

Es el principio de la respuesta que da el escritor a la pregunta de Clubdelibros de cuál fue su libro favorito del año. No sé en qué obra de Sábato aparece expresada esa idea pero, sin importar quién la haya dicho, realmente me parece una pura y cruda estupidez. ¿Esperar a que un libro o autor sea un clásico para leerlo? Mmm, esa actitud solo me parecería razonable bajo tres circunstancias complementarias: 1. que todo libro que a la larga se convirtiera en clásico fuera de seguro una gran obra, 2. que toda gran obra lograra converstirse en clásico y 3. que tuviéramos vida suficiente como para esperar a que los nuevos libros se conviertan en clásicos.

No hay que perder de vista que el canon literario universal (y el local) no es más que una imposición de las instituciones culturales, las editoriales y las academias. Se dice que también influyen las preferencias de los lectores, pero es un hecho que uno no puede leer sino lo que se publica. Quién sabe cuántos grandes escritores han quedado en el anonimato porque una editorial no los quiso publicar. Un caso importante que se me viene a la cabeza es el de Cien años de soledad, que fue rechazado por Seix Barral. Así le ha de haber pasado a muchos que tuvieron que guardar su obra porque no tuvieron la suerte de García Márquez de encontrar otra editorial que les diera bola. Y ese representa solo el primer obstáculo. Para lograr su inclusión en el salón de la fama de los clásicos, un libro debe ser alabado por la crítica, vendido en grandes cantidades y reeditado muchas veces para permanecer en la memoria colectiva del público lector. Claro que grandes obras de la literatura universal, Madame Bovary, por ejemplo, fueron despreciadas en el momento de su aparición y fue con los años que les vino el reconocimiento que merecían, pero por otro lado muchos libros son llamados clásicos (a veces hasta clásicos inmediatos, sea lo que sea eso) por solo el hecho de llevar la marca registrada de x autor.

Si hay algo en que creo (y perdón por el matiz religioso de esta afirmación) es en el libre albedrío de cada individuo. Esperar a que un libro sea llamado clásico para leerlo es ceder la capacidad propia de criterio, basarse en juicios ajenos que decidieron la salvación o la condena de un texto. Conozco muchas grandes obras literarias que están en el olvido y que han pasado frente a mis ojos gracias a afortunadísimas casualidades y no a que se consideren clásicos.

El señor Morales escribió La revelión de las avispas, texto que obtuvo el premio nacional de novela en 2008. Muchísima gente ha criticado con dureza esta novela. Cada día escucho más juicios negativos sobre ella, lo cual no me impidió comprarla y tenerla entre mis lecturas pendientes, puesto que no voy a tragarme el juicio ajeno sin más. Voy a leer la novela  y a juzgarla por mi cuenta, no a esperar que otros lo hagan por mí o dignarme a consumirla hasta que haya recibido el (por demás hipotético) epíteto de "clásico". 

Francamente me daría miedo llegar a viejo y saber que no leí un montón de cosas porque todavía no eran clásicos. Quién sabe cómo hace don Carlos. Habrá que preguntarle. Aunque pensándolo bien... naaaaah, no le preguntemos.



lunes, 25 de enero de 2010

La insoportable levedad del ser: el híbrido ensayo-novela

1880. Afirmó Émile Zola, en su ensayo La novela experimental, que la literatura debía regirse mediante los mismos parámetros de las ciencias naturales. La obra literaria sería una suerte de laboratorio en el que el autor experimentaría con sus personajes, exponiéndolos a diversas situaciones y observando cómo se desarrollaban los acontecimientos. De esta manera se planteaba Zola la posibilidad de obtener conocimientos objetivos de la condición humana a partir del arte literario.

1984. Año orwelliano. El naturalismo quedó atrás hace mucho y, a pesar de tanta profecía fatalista, la novela se mantiene en la cúspide de los géneros literarios. El boom latinoamericano gritó al mundo que por estas latitudes también se hacía literatura de trascendencia universal y García Márquez se consolidó con el premio Nobel de literatura hace tan solo dos años. Cortázar se fue en febrero. A Borges le quedan dos años. En Francia, Milan Kundera, de 55 años, publica La insoportable levedad del ser.

Escuché el nombre de Kundera por primera vez por una profesora, quien me habló precisamente de La insoportable levedad. Me extrañó que fuera un escritor famoso al que nunca hubiera escuchado mencionar. Una prueba más de la implacable ignorancia en que, por más que me esfuerce por evitarlo, termino navegando siempre. Por lo que me dijeron, entendí que era un autor existencialista. Investigué y descubrí el año de publicación de la novela mencionada. Un poco tarde para ser existencialista. En efecto, aunque la novela contiene muchos temas de esta corriente (la angustia ante la vida, la incomunicación, la vida como un absurdo, etc), es mucho más que otra de sus exponentes.

El logro de Kundera se me hace técnico. Sin haber leído demasiado a Zola ni a otros naturalistas, me parece que La insoportable levedad  es una exitosa aplicación del principio de la literatura como ciencia experimental. Me explico:

En La insoportable levedad, la trama y los personajes parecen a veces meras excusas para el desarrollo y la ejemplificación de ideas. El mismo narrador aclara enfáticamente, en el primer capítulo de la segunda parte, que aquello que el lector contempla no es un hecho real: “Sería estúpido que el autor tratase de convencer al lector de que sus personajes están realmente vivos. No nacieron del cuerpo de sus madres, sino de una o dos frases sugerentes o de una situación básica” (p. 45*). De hecho, los dos capítulos iniciales de la primera parte desconcertarían a un lector que esperase una típica introducción al mundo narrado: en lugar de eso, lo primero que uno se topa es una disertación sobre el concepto del eterno retorno y la consecuencia que sobre la historia humana tendría que este no fuera real (posición que parece ser la del narrador).  Así, de entrada el texto no parece una novela, sino que se acerca más al género del ensayo, el más apropiado para la divulgación científica.

No obstante, en el tercer capítulo aparece ya un nombre: “Pienso en Tomás desde hace años, pero no había logrado verlo con claridad hasta que me lo iluminó esta reflexión. Lo vi de pie junto a la ventana de su piso…” (p. 12). Aunque la mención del personaje desata la carga novelesca, esta no se da en forma de una definición absoluta: más que señalar dónde está el personaje, qué hace, cómo es, el narrador se limita a decir que piensa en él y que lo vio de pie, junto a la ventana de su piso. Tomás es un pensamiento, una visión del narrador, no la pretensión de un ente real y concreto.

La historia del mujeriego que de pronto, gracias a seis casualidades, se ve unido a una mujer fija es un medio mediante el cual se nos presenta una serie de reflexiones de todo tipo (existenciales, sociales, políticas, metafísicas, amorosas…) que se comprueban en los acontecimientos de la trama. Tomás, aunque se casa con Teresa, no deja nunca a sus amantes y el narrador reflexiona sobre los tipos de mujeriego: “Unos buscan en todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer. Los segundos son impulsados  por el deseo de apoderarse de la infinita variedad del mundo objetivo de la mujer” (p. 210). Así, el desarrollo de la trama da pie a la reflexión y cada vez es más difícil dilucidar cuál está sometida a cuál. En algunos fragmentos es difícil incluso mantener la distancia entre narrador y autor: “todas esas situaciones las he conocido y las he vivido yo mismo, sin embargo de ninguna de ellas surgió un personaje como el que soy yo, con mi currículum vitae. Los personajes de mi novela son mis propias posibilidades que no se realizaron” (p. 232). ¿El narrador habla del autor? ¿El autor se entromete en la narración? ¿Nunca hubo narrador, sino que estamos frente a un extraña criatura a medio camino entre la novela y el intento de novelización de un tratado filosófico? Buenas preguntas.

Kundera pone en práctica el principio naturalista creando situaciones verosímiles que muestren la validez de sus ideas. Experimenta con sus personajes, ubicándolos en contextos cotidianos y realistas (cuando no históricos) que terminan por arrojar las más crudas reflexiones sobre la realidad: “La historia es igual de leve que una vida humana singular, insoportablemente leve, leve como una pluma, como el polvo que flota, como aquello que mañana ya no existirá” (p. 234).

Y la novela no es solo eso: también es una intricada historia de amor entre varios personajes de intensísima humanidad, así como un documento de la violencia de las revoluciones e invasiones de Europa oriental y, lo más meritorio, un libro que se lee con gran placer, a pesar de la gran profundidad del contenido que alberga. No hace falta complicarse para escribir sobre asuntos complicados. Quien logra ese equilibro es  definitivamente un gran escritor.

* Las citas fueron tomadas de Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser. México: Tusquets editores. 2008.